No
existe mayor dolor,
ni más cruel
desengaño
que en tu propia
población,
te miren como a un
extraño.
Yo no le temo a la muerte,
ni el infierno, ni
la cruz.
Yo sólo temo a la
gente
que manchan el
cielo azul.
Porque no es mi mala suerte
la que me da la
agonía.
Es tan sólo y
simplemente
el candor de la
poesía
que va rasgando en los sueños
y en la noche sin demora
e inclusive cuando
sueño
con sus fauces me
devora.
Parece una maldición
que en el vientre
de mi madre
se clavó en mi
corazón
como espinas del
baladre.
Me siento como un extraño
en mi propia
población;
donde tanto
desengaño
van mermándome
ilusión.
Cuya espada ha rasgando
el alma
y mi corazón.
Nadie me conocía
en el lugar que
nací.
Fue tan triste la
agonía
que al hombre no
comprendí.
Nadie me conocía
y yo me sentí morir
cuando la luz me impedían
y yo me sentí morir
cuando la luz me impedían
a los míos
distinguir.
Al hombre no comprendía
en el umbral de la
tarde,
y entonces pensé
en mi madre
si también me
aborrecía.
No me debió de parir,
ni darme nombre
siquiera,
ya que no sé
distinguir
la verdad de una
quimera.
La luna no me alumbraba,
el sol me negó el
calor
y mi estrella me
negaba
su obligado
resplandor.
Busqué en la brisa del viento
en las algas y el
coral
a Dios con el
pensamiento;
también se negó a
escuchar.
Presentí que repetía,
que era escoria
del desierto.
¡Tampoco me
conocía!
Me sentí mil veces
muerto.
Pensé, ¿Estaré durmiendo?
Y me quise
despertar,
y lo que fui
descubriendo
semejaba a un
muladar.
Realidad despavorida;
tanto, que llegué
a llorar
porque la cruz de
mi vida
era igual que un
retamar.
Las miradas de la gente
parecían ascuas de
fuego
que me abrasaban
la mente
y a mi corazón de
lego.
Sentí asco de mí ser
y la luz que viera
un día
el primer
amanecer,
del que yo me
arrepentía.
Que el hombre me despreciaba,
en sus ojos pude
ver.
La mayoría me
negaba
el derecho a ser
un ser.
Esa flor que le dio vida
al fondo de mi
interior,
llegó a ser
incomprendida
y se secó de
dolor.
Y nadie me conocía
cuando siempre
estuve yo,
de esclavo de la
poesía
que derramé con
amor.
¡Maldecir! No voy hacerlo
porque no es de educación.
Pero mirarles con genio,
eso sí, que lo hago yo
a los que niegan tal sueños
de mi ser y su interior.