Siento un enorme estallido
en la
sombra de la noche
que
arañan las escamas
de mi
alma, cansada y fría
y la
silenciosa soledad,
me
grita despavorida,
cual
furia de un huracán.
Un
día, el hombre llorará
cuando
se cierre mi puerta
y
hasta se maldecirá
por no
mirar al poeta
cuando
aún podía hablar.
¡Es muy fría la verdad!
que
araña sin compasión
y con
hastía crueldad
el
fondo del corazón.
¡Llorar!
No voy a llorar.
Aunque
me ahogue el dolor;
porque
hay en mí, un caudal
que me
lo alimenta Dios,
para
que pueda gozar
del
fruto de un dulce amor.
Amor
que da libertad
al alma y hasta mi voz
y a mi
pluma al derramar
lo que
hay en mi interior.
Por lo
cual, no lloraré,
en
todo caso, ¡cantar!
al
pensar que un día talvez
el
hombre abrevará
en la
fuente de mi miel,
con la
que se embriagará.
*