Con la cabeza inclinada
y los brazos puestos en cruz,
voy soportado miradas
de unas enrarecida luz.
Y cuando las
espadas de la noche
cubren con
el silencio blanco
el rocío en
el llanto de las rosas;
se inclinan
mis rodillas encallecidas,
en el negro
asfalto de los llantos
y de
rodillas camino
en las
hirientes arenas,
donde los
esputos de la mar,
salpican
las putrefactas sombras
de un
amanecer sin alba.
Voy
rodando sin descanso
con la
cabeza inclinada.
Por no
herirte, noche negra
con los garfios
de la mirada.
Pero tú, que
todo lo oscureces
me has
pisado las entrañas
con las zarpas
de la soledad
y ando
continuamente
de rodillas
y arrastrado
en las
cloacas del miedo.
Del miedo a
la sombra inerme
que se deja
deslizar
por los
brazos de la muerte
y los
aullidos de los besos
que arañaron
las rodillas,
por el
exceso de quererte:
–Cuando tú, te ausentes en el Averno
escupiendo
en mi cabeza blanqueada
y ahogada
en el yerto lodo de tus pasos.
Sentiré que
mi alma no puede despertar
A una hora
cualquiera
de la débil
y apagada claridad.
de tus uñas
afiladas
que arden
en los suspiros
del nuevo
espacio natural,
y en los
ojos brillantes de las estrellas,
sé que me
amamantaran con sus pechos
Entonces el
clamor de mis rodillas
se inclinarán
en las miradas del espacio sideral,
buscando
entre los ojos de la noche
la luz
perdida de una aurora sin fanal,
para
compartir las sombras de mis sueños.
en una lejana claridad....
*
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