jueves, 19 de marzo de 2015

ME DIJISTE UNA NOCHE.

     

         Me dijiste una noche
         ¿Qué es pata ti la poesía?
         Te conteste dulcemente:
         –Tus ojos son, vida mía.

         La poesía son tus ojos,
         tu aliento y tu respirar.
         Poesía es hasta es viento
         que derramas al pasar.

        Y cuando posa la mirada
         silenciosa al andar
         como el filo de una espada,        
         ¡Tú, eres poesía al hablar!

        Es una eterna poesía
         tu donaire de mujer
         que incluso la luz del día
         se eclipsa ante tus pies.
      
         Porque poesía es el aire
         donde emana tu belleza.
         Eres de mi musa, madre
         por tu dulzura y firmeza.

        Tus besos ya  son poesía
         que se enreda en la mirada.
                           Tu garbo y la simpatía
         son fuente de ellas, mí amada.

         Porque heredaste del cielo
         el fragor de las estrellas
                           y ere deidad del lucero
         donde anidan las más bellas,

                            Ya que tú eres la musa
         que a mi mano y alma guía,
         para hallar la hipotenusa
         que converge en la poesía.

         De ahí que tú seas poesía,
         porque Dios, me dio del cielo
         la más frágil hipocondría,
         para que inundara el suelo
         con la luz de tu alegría.

         Esa sí que es realidad
         del  objeto que me guía
         a poderte contestar
         para mi ¡qué es poesía!
                   *

martes, 3 de marzo de 2015

La Crucifixión de Cristo.


Quise abrir una ventana
de mi corazón dormido,
cuando pasaba el cortejo
de nuestro Señor herido.

Tuve miedo, sabe Dios,
porque en aquellos sayones
que al Creador fustigaban,
también me encontraba yo;
mi  brazo estaba escondido
en las sombras de la muerte
como un lobo malparido.
Y es qué me sentí uno más
en medio de aquella gente 
que gritaban con Caifás,
¡Crucifícale, crucifícale Pilato,

ya que es un criminal!
Sentí vergüenza y espanto
cuando  en sus labios escuché
–"Padre mío, perdónales"

Yo, ya no sentía dolor
es asco lo que me daba
cuando escuche aquella voz,
que aun así me perdonaba;
y sé que me miró
con gran amor y bondad,
como siempre lo hace Dios,
lo cual me hizo temblar.

Me fui detrás de la chusma
que seguía Al Redentor,
y apenas si encontré fuerzas
para pedirle perdón;
y es que el dolor y la vergüenza
no me dejaban ser yo.
De pronto sentí amargura
cuando de bruces cayó,
cual si fuese una criatura
de este mundo, en vez de Dios.

Llegamos al Gólgota
y en medio de aquellos gritos   
oí, a la Virgen llorar.
Me sentí aún más maldito
al ver que no hacía nada,
para liberar a Cristo
de aquella masa malvada.

Aún creo escuchar los martillos
que los clavos golpeaban
y unos silenciosos gritos
cuando a Cristo desgarraban
la carne ensangrentada
de sus manos y los pies
y la herida del costado
cual un manantial de sangre
que nos hizo estremecer,
al contingente, y a su Madre.

Abrí aquella ventana
y ante ¡Dios me arrodillé!
Pedí que me perdonara
por haberle sido infiel
cuando me necesitaba,
a Jesús, lo abandoné;
y aún voy manchando su cara,
porque jamás supe ver
las veces que perdonaba
lo que le ofendió mi ser.

Señor mío, ¡estaré ciego!
o es que mi alma no ve
que camina hacia un fuego
de los siniestros abismos;
no, no creo que sea ceguera,
más bien creo que es egoísmo 
de un ser que todo lo espera,
sin sembrar ni un solo trigo
en tu benigna pradera.

¡Señor! El tesoro que poseo
que de tus manos heredé,
sé que es el mayor trofeo
que yo te puedo ofrecer,
limpio cual un camafeo
para ponerlo a tus pies.
Aunque diga que no veo,
Tú sabes que sí, sé ver,
pero dejo que el deseo
se imponga a mi deber...
                *