jueves, 23 de mayo de 2019

NO SÉ AROJAR EL DESPRECIO.

    

    No sé, arrojar desprecio con los labios,
ni escupir a las sierpes del pasado,
¡porque si lo supiese hacer!
Juro que con mis esputos
lapidaría a los reyes endiosados.
    Aquellos que rompieron las murallas
    de mis desérticos  sueños
   que aún me arañan hasta el alma.
       Sé, que aquellas sombras murieron
y tan sólo sus cenizas perduran
en los escabrosos deshechos
de entornos que no dan luz.

        Como quisiera gritar y derramar
    el veneno que engendraron los cañones                  
        sobre mi  pesada cruz  acristalada,
        aunque dura como el bronce.
       Como a palomas blancas la inmolaron
       con la ira de los fusiles.

Los dioses verdes de la humanidad.
Aquellos que se apoyaron
en los ojos de la muerte
porque no sabían mirar,
ni saborear las mieles del panal
que en los rubios colmenares
se podían deleitar y acariciar,
como  ángeles del cielo.

        Me sepultaron en vida
cuando no sabía ni andar,
y aún sangra aquella herida
sin llegar a cicatrizar.

        Dios sabe que he perdonado
y que he tratado de olvidar;
ese es mi mayor pecado,
porque no sé, olvidar
el tronar de la metralla,
los refugios subterráneos,
ni la sangre de aquellas gentes
estampada en las paredes
cómo rosas desgranadas;
rojas iguales que amapolas,
semejantes a cataratas.

        Fueron  los garfios de la muerte
los que enredaron en sus alas
a los que nunca podrán volar,
ni saborear las aguas
de un postrero manantial
que aún creo que nos separa
de la fingida realidad,
la que acaricia mi alma
del cenotafio del más allá
donde duermen golondrinas
        acunadas en los brazos de la muerte
        y que ya no pueden gritar.

         Perdonar  ¡Claro que sí!
¿Pero se pueden olvidar
a los niños repelando cacerolas
    de militares,  sin saber lo que es el pan?
    ¿O lamiendo aquellos huesos
    y las mondas de patatas sin guisar?
        ¿Cómo podría olvidar
el silbido de las bombas
y el estruendo de aviones
o de criaturas asustadas
que no sabían, ni andar?

Claro que pueden olvidar
aquellos que no han sufrido
en sus carnes las patadas,
del fuego, el hambre y el dolor,
por los cerdos “sin perdón”;
aquellos que nos legaron
el derecho a no tener camas,
ni un plato aunque fuese
de bazofias para poder devorar,
y a callar con él, los gritos del hambre.

        ¡Claro! que pueden olvidar
los que no han sentido los cuchillos
de las cucharas vacías sin usar,
ni el estampido de un mínimo abrazo
de juguetes de cartón descolorido
por las sombras de la vejez.
Sólo se nos regaló el silencio
y el miedo a los sabios y los piojos
        que como hordas galopaban
        en la piel desnutrida de los niños sin comer.
Sí, hambrientos de  tantas cosas,
de escuelas  para saber
que hora es cada día cuando
empieza amanecer.
 
Hambre y sed de las caricias de Dios
porque nada nos dijeron
donde mora el Creador,
sólo que estaba en el cielo
y a nadie se le ocurrió
que Dios estaba en los pechos
de cada niño de aquellos,
con caras ensangrentadas
porque dormían en el suelo,
como millones que vemos
donde no existe el petróleo
de este flamante universo...

        Perdonar; ¡naturalmente
que están perdonados
sin rencor y con piedad!.
Por qué ¿quienes fueron las fieras?
Yo no sé a donde estarán,
ni aún sé, si he aprendido,,
cómo se debe olvidar.
                       *

lunes, 20 de mayo de 2019

“FACHADAS DE TRAGA SANTOS”



 "Censura con fundamento a muchos amigo"...
 
“Fachadas de traga santos”
que hasta se comen las velas.
Dicen que los aman tanto
sin conocerles siquiera.

Comemos en la misma mesa
y hasta nos damos la paz
inclinando la cabeza
y en la calle no es capaz
de saludar, tan siquiera
al que la mano le dá
cuando está en la Santa  iglesia.
Si, no todo  lo contrario
¡Le miran como a una fiera!

¡Digo yo! Sin vanidad
y sin pretender ofender,
ni juzgar a los demás.
¿Cómo se puede amar algo
que no se ha visto jamás
y se le niega el saludo
al que le damos la paz?
Creo que la misa empieza, 
cual el oficiante termina;
al decir, marchar en paz.

No seas tan religiosos
en el interior del templo
y amemos a los “cristos” vivos
con las dotes del ejemplo.

Porque Dios vive en los hombres,
en el Sagrario y el mar,
en las murallas del tiempo,
                                en las flores y el coral.
Si desprecias a  uno de éstos;
yo digo que no es amar...
Por más que digan que aman,
en el Sagrario, al rezar.

Siento vergüenza y angustia,
desesperación y dolor.
Siento en el alma arañazos,
cuando veo los falsos dioses
que dice ser mis hermanos.
Me traspasan el corazón
con las dagas de sus voces.

Deseo que esta sonrisa
se adentre en tu corazón.
Mis palabras, son caricias
impregnadas con amor.
Y más allá de mis cenizas
serán el perfumes de una flor.

Quisiera poder tener
en las fauces de los ojos;
dientes afilados a manojos,
para poderles morder
a los infrahumanos despojos
que alardean del saber.
           
                                Los del poder intelecto.
Los presumidos de nada.
Los que con sus pensamientos
quieren confundir miradas
del ignorantes supuestos.

                Cuando dentro de sus almas

son bellos sus sentimientos.
Capaces de hacer murallas
entre las sombras y el viento.

Descuelguen, ya sus medallas
y las pueden enterrar
en un supuesto desierto.
Y entonces comprobará
que el amor lo lleva dentro
junto a Dios y a su Bondad.
                                                           *

miércoles, 15 de mayo de 2019

¿QUIÉN ME DA LA LIBERTAD?.

             

             ¿Quién me da la libertad
             La libertad del alma
             la que no se puede ver;
             esa que dá la fragancia
             nítida para el pincel
            del artista que derrama
            lo que hay dentro de él.

              Si se pudiera explicar 
              la libertad de algún ser,           
              de la sangre, alma y del cuerpo;
              diría lo que no digo,
              porque no sé del lugar
              donde se guarece el tiempo
              del espacio intemporal.
              Que no manche a nadie el viento 
              del cautivo en libertad.

            El hablar de libertad
              es decir que el sentimiento
              se aísla de  la maldad.
              Lo que para mi estar libre,
              para aquél será prisión;
              y en otros talvez la meta
              ausente de libertad.
              Libre tan sólo es el viento.

            ¿Dónde está la libertad,
              del cuerpo, alma y la sangre?
              ¿Dónde está la libertad
              de las estrellas al mirarme?
              ¿Allá en la oscuridad
              donde yo intento asomarme?

              La libertad de la sangre
              es como un preso cautivo,
              es la energía del hombre
              La cual lo mantiene vivo
              entre las flores y la carne,
              porque hay paralelismo
              con razón justificable.

              La libertad de mi cuerpo
              es como un panal de miel,
              con amargor en retama,
              sin saber porque ha de ser.
              Y aveces me grita el alma
              cuando me araña la piel
              con una antorcha sin llama.

              ¿Quien me da la libertad?
              Me llega del más allá,
              se funde en el pensamiento
              y cuando la intento abrazar,
              a veces me siento un muerto
              que no sabe adonde va.
              Me gustaría ser el viento
 
              para ser igual que él.
              Libre para mi sería
              gritar a los cuatro vientos.
             Hablar de las felonías
              o fundirme en una rosa
              y seguir siendo en mi, el yo.
             Quien dijera aquellas cosas          
              que nadie se atrevería
              a decir en alta voz.
 
             Soy preso de los secretos
              que no tienen libertad.
              Por eso quiero ser viento
              y con el alma volar;
              dejándome sangre y cuerpo
              presos con su libertad.
                             *            

viernes, 10 de mayo de 2019

ALLA EN LAS VAGUADAS.


         Allá en las vaguadas desoladas
        se bañan las entrañas del silencio
         en las sombras de una blanca soledad,
         con el agua que emana de las hieles
         de la negra y fría  oscuridad.

        Esa  eterna noche que niega claridad
         a los confines lucido y amargo,
         de una inmensa y amarga eternidad
         en los de desiertos más largos.

        Y es donde no ansío despertar,
         como si lo interminable no tuviese fin.
         Y allí, siento que la lenta oscuridad
         que pernocta en mi pecho sin dormir.

    Siento las angustias del camino,
         como cualquier alma errante
         que se negara a caminar.
         Y cuando las tinieblas galopantes
         extienden sus alas negras hacia mí,
         entonces en la yerta soledad
         voy buscándote, Dios mío, siempre a ti,

    reclamando un sí, de tu mano amiga
         o un poco de agua por piedad,
         o un aliento de alguien que me diga
         el color de la dulzura con bondad,
         aunque fuese imaginario al escuchar:

        –Descansa ya navegante,
         y déjame, descansar en paz...

        No quiero manchar los labios al negar,
         porque siempre me gustó la soledad
         y fue mi aliada al caminar.
         Las rosas que crecieron a mi lado,
         siempre navegaron  y seguirán con migo,
         con las sombra del espacio sideral
         donde anida la bella inmensidad
         de los más arcanos, ya olvidados.

    Pero ahora, ay ahora,
         yo reclamo la amistad
         o la luz de la farola
         que me pueda iluminar,

         Allá en las vaguadas de la muerte
         donde el silencio grita sin piedad.
         Allá donde no puede la mente
         ocultarme la más triste realidad.

         llegaré a los páramos cubiertos
         de flores y sonrientes en cantidad.
         Navegaré con otros vientos
         donde es eterna la luz y no hay oscuridad.

        Más allá de las cumbres tenebrosas
         donde el sol, se niega a dar la luz.
         Aún más allá de mil años en las fosas
         y en los brazos que llegan del cielo azul.

        Hasta allí llegará el latido de mi pecho
         apagando del reloj, el sonido del tic, tac.
         Como una yedra enredada en el deshecho
         y enmohecida por el mugre del tic, tac.

    Quisiera llevar una pluma en la mirada
         y papel en el momento del final.
         ¡No es que me importe la vida, algo o nada.
         Sólo quiero que la luz de mi fanal
         ilumine la montaña escalpada
         y a la muerte  romperle su cristal,
         y de sus alas negras, desnudarla.

    Y Cuando navegue en los farallones
         del silencio a toda vela.
         Alcanzaré del cielo sin montura,
         sin atavío y sin espuelas,
         las cumbres de la dulzura
                     *