viernes, 19 de febrero de 2010

LA CRUCIFIXIÓN DE CRISTO

QUIERO REITERAR ESTE
POEMA UNA VEZ MÁS, PARA
DESEARLES UNA CUARESMA
DE RECOGIMIENTO EN EL SEÑOR.

Quise abrir una ventana
de mi corazón dormido,
cuando pasaba el cortejo
de nuestro Señor herido.

Tuve miedo, ¡sabe Dios!
porque en aquellos sayones
que al Creador fustigaban,
también me encontraba yo.
Mi brazo estaba escondido
en las sombras de la muerte
como un lobo malparido.
Y es que me sentí uno más
en medio de aquella gente
que gritaban con Caifás.

¡Crucifícale, crucifícale Pilato,
ya que es un criminal!
Sentí vergüenza y espanto
cuando en sus labios escuché
–"Padre mío, perdónales"

Ya no sentía dolor
es asco lo que me daba
cuando escuche aquella voz,
que aun así me perdonaba;
y hasta creo que me miró
con gran amor y bondad,
como siempre lo hace Dios,
lo que me hizo temblar.

Me fui detrás de la chusma
que seguía Al Redentor,
y apenas si encontré fuerzas
para pedirle perdón;
y es que el dolor y la vergüenza
no me dejaban ser yo.

De pronto fue la amargura
cuando de bruces cayó,
cual si fuese una criatura
de este mundo, en vez de Dios.

Llegamos al Golgota
y en medio de aquellos gritos,
oí, a la Virgen llorar.
Me sentí aún más maldito
al ver que no hacía nada,
para liberar a Cristo
de aquella masa malvada.

Aún creo escuchar los martillos
que los clavos golpeaban
y unos silenciosos gritos
cuando a Cristo desgarraban
su carne ensangrentada
de las manos y los pies
y la herida del costado.
Como un manantial de sangre
que nos hizo estremecer,
al contingente, y su Madre.

Abrí aquella ventana
y ante ¡Dios me arrodillé!
Pedí que me perdonara
por haberle sido infiel,
cuando me necesitaba
a Jesús lo abandoné;
y aún voy manchando su cara,
porque jamás supe ver
las veces que perdonaba
lo que le ofendió mi ser.

Señor mío, ¡estaré ciego!
o es que mi alma no ve
que camina hacia un fuego
de los siniestros abismos.

No, no creo que sea ceguera,
más bien creo que es egoísmo
de un ser que todo lo espera,
sin sembrar ni un sólo trigo
en tu benigna pradera.

¡Señor! El tesoro que poseo
que de tus manos heredé,
sé que es el mayor trofeo
que yo te puedo ofrecer,
limpio como un camafeo
para ponerlo a tus pies.

Y Aunque diga que no veo,
Tú sabes que sí, sé ver,
pero dejo que el deseo
se imponga a mi deber...

sábado, 13 de febrero de 2010

FUEGO DE SAN VALENTÍN.

Si el agua del corazón
se dejan bañar por el río del amor:
el alma se viste con las estrellas
del más lejano confín.
Y cabalgan sobre frutos de leyendas
que legó, Santo San Valentín.

De ahí que el fuego del amor
se abrace con un beso
en las aristas encendidas de la boca.
Aunque el cuerpo del amor no tiene peso
pero puede deshacer hasta una la roca
del corazón y alma del más travieso,
y se refugia en el fragor que nadie toca.

Tan sólo le a caricia de mirada
puede prender el fuego del encanto.
Como luz de las estrellas
o en el jardín del arrayán o el amaranto.
Porque el fuego del amor, es un jazmín
que a veces produce llanto
si no crees en San Valentín.

Cuando se nada en el lago del amor,
de sus aguas se respira la dulzura
y embriaga al corazón, tal esplendor
que muy cerca, suele está de la locura.
Él cabalga más allá de la dulzura
donde el grito del silencio dá calor,
al delirio abrazador de la hermosura.

El amor no tiene sombra,
longitud, ni densidad,
ni nadie puede apagar
esa luz, de una inmensa claridad.