Cuando intento despertar
de la
fronteras del delirio,
donde
yacen las hormigas
de los
herrumbres vientos.
Me
interno sin poder negarme
en los
abismos lucidos del cantar
y en las
aristas cristalinas,
que
arañan las espadañas del olvido.
En ese
sueño que salpica la amargura,
voy danzando
con el juego de la noche,
el
pavoroso espacio de la pluma,
el que me
traslada a las sombras fantasmales,
a esa
cumbre, cubierta de locura
y con
muñecas de trapo sin oídos,
sin ojos
y sin semblante;
esas que
duermen en el jergón de los sueños
y parecen
como un río deslizándose a la mar.
Cuando
las sombras embriagadas
con el
filo de sus garfios,
arañan el
costado de este alma
y hieren lo más escondido del pecho,
con la
daga amarilla de la muerte.
En el
centro de la mente esta clavado
el sonar
de un hastío estradivario
y no sé si
mi sueño fue durmiendo
o si despierto
lo he soñado.
Son
sueños que están despiertos
y
taladran las amenas del corazón
que
cabalgan en los adentros
de un
alma con ilusión.
*