Lo que la vida
me dio
desde aquél
día en que nací;
me
enseñó a muchas cosas:
a saber
reír y sentir,
a
ver crecer hasta las rosas
y hasta sus
gritos sentir.
Me
enseñó a sentirme pobre
que
encontraría en los demás
cuando
beben del salobre
que el
hambre le suele dar,
a los
más humildes hombres
en su
agreste caminar
La vida a
mí me enseñó
grandes rosales
y espinos
que
nunca solían faltar
a lo
largo del camino
que me
restó por andar
con la
estrella del destino.
Intenté
buscar a Dios,
y sobre
todo, a saber
lo más
grande que hay en Él,
para llevar
con amor
lo que
derramó en mi ser
de su
infinito candor.
El Cielo
siempre me dio
el por
qué, para entender
del
fruto de la oración.
También
sé que me dotó
del sentido
para no creer
a esos hombres del morlaco.
Lo más
impórtate de todo,
fue, que aprendí en la soledad,
que
nunca estuve sólo,
ya que tuve el aparo y la bondad
de mis más grandes tesoros
que duermen en el más allá.
Lo
que mejor aprendí,
fue, en la soledad a llorar
y saber pedir perdón
a todo aquél que ofendí,
porque en ellos estaba Dios.
¡Cual Saulo! me arrepentí.
*