sentí
golpes en la puerta
sin ver
nada en el cristal.
Me
llamaba muy contenta
y no le
dejé, ni pasar.
La
sombra rubia escarlata,
era luz
en la oscuridad.
Esgrimía
como un espada
las
plumas de un gavilán.
No
corría, ni volaba
golpeaba
en el cristal.
Tenía
escondida la cara
y en las
manos un disfraz.
Me
llamaba, me llamaba,
no le
quise ni escuchar.
Mi alma
se encabritaba
y le
habló de igual a igual.
Por eso
supe que estaba
esperando
en el portal.
Radiante
como una novia
de mi
alma enamorada.
Estuve
hablando con ella
en el
quicio del portal.
Cuando
volví la cabeza
no me
podía despertar.
Me
llevaban entre cuatro
un cura
y un sacristán.
Y grité
a los cuatro vientos
entre
los cielos y la mar,
al ver
que mi cuerpo yerto
no podía
despertar.
Mientras
mi alma volaba,
mi yo,
quedó en el yazca.
Fue
cuando vi en la puerta
a través
de su fanal
que la
muerte, era coqueta
y dulce
como un panal.
Desperté
hablando con ella
no
recuerdo en que lugar:
entre
billones de estrellas
con luz
sin oscuridad.
Cuando sonaba el reloj
me tenía que levantar
y entonces vi que soñaba
sin estar en el más allá.
*
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