Qué recuerdos más amargos de
dulzura,
arriban al puerto de mi llanto.
Qué silencio en la yerta
sepultura
entre zarza y el ciprés del
camposanto.
pero el sol no luce como antes;
porque el sueño de la sombra va
en el viento
como antorcha de un fuego que no
arde.
Siento ansias de verte cada día,
en la tarde, la noche y la mañana
y las cenizas de tu alma
esparcidas
se retuerce en el dintel de mi ventana.
Siento miedo del gritos que no
calla
y me aferro a los brazos de la
vida;
porque temo que tal presa se me
valla
a la cumbre de una entrada sin
salida
y no sé, si dejarle que se valla
del calor del aliento que
respiro,
o cortarme la lengua sino calla
y lanzarla con mi onda como un
tiro,
más allá de los negros muladares,
envuelta en las sombras del
olvido
o enterrarla en el fondo de los
mares
o en el vientre, de un sueños mal
parido.
Los recuerdos pertenecen al
pasado.
pero arañan los abrojos
encendidos
y traspasan las murallas de lo
amado,
con los de garfios de lo abrojos
escondidos.
*
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