sin la luz de la mañana
ni las estrellas de la noche,
que se dejan acariciar con la mirada
de éste errante peregrino.
No me dejes madre bella
ser árbol en los caminos, caído
y sediento de las caricias de tu amparo,
ni ser alejado, cual golondrina sin nido.
Déjame que incline lentamente la mirada
en el sendero turbulento de la noche
y con el paso de las aguas de tu río,
llegar al estío soberano de tus brazos.
Déjame madrecita ser del viento
una hoja extendida en las llanuras
que galopa a la grupa de un lamento,
entre rosas y las aves del silencio.
El día que no haga falta
para dormir un jergón,
ni del cielo alguna llama
del fuego que engendró Dios.
Ese día no habrá nadie
que
sepa hablarnos de amor,
y a los ojos de mi cara
no le ara falta un favor,
de la clara luz bañada
con el resplandor del sol.
*
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