Es el grito de un alma
encallecida
que pone el pecho y corazón en sus
poemas.
Es el llanto de una voz
que clama en el desierto de la vida.
Quién puede sabe sí es que, para Dios,
seré su oveja perdida.
Voy labrando en los campos
de Aleixandre
donde sembrará un día Luis Cernuda.
Veo los trenes de Miguel Hernández,
y me baño con las aguas de Neruda
y entre todos, no encuentro nuca a
nadie
que acallen los gritos de mí alma,
muda.
Se confunde la quimera en mi boca.
Soy aprendiz, apenas de trovero.
Pero busco en Federico García Lorca
lo que hallé, de Alvaro Cunqueiro.
Voy hallado con mis manos en dura roca
para hallar el corazón de Blas de
Otero.
pudiera algún día ver la luz.
No pretendo imitar a los Machado,
ni tan siquiera,
la sombra de Jorge Guillen,
sólo deseo que en este mundo helado
alguien me pudiera comprender.
Presiento que mis ojos
están cerrados
a la luz de un estío o amanecer,
ya que no entro en los páramos vedados,
de esas frutas que jamás podré comer.
Su páginas me pasan de lado a lado
el alma, corazón, pensamiento y piel.
Con el llanto de la pluma
voy cantando
el amor y la amargura de la hiel
y el aire de mi mano va ofrendando
por aquellos que extendieron, ya la
miel,
en los campos donde yo me pierdo y
ando,
en la selva delirante del papel.
Con el grito de mi alma
retorcida
voy llevando al cielo mi oración,
por aquellos que legaron de su vida
tanto fuego deleitoso de ilusión.
Desde el mundo con mí alma dolorida
les remito ¡un te quiero! de todo
corazón.
*
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