martes, 12 de febrero de 2019

EL GRITO DE UN ALMA RETORCIDA.


      
        Es el grito de un alma encallecida
        que pone el pecho y corazón en sus poemas.
        Es el llanto de una voz
        que clama en el desierto de la vida.
        Quién puede sabe sí es que, para Dios,
        seré su oveja perdida.

        Voy labrando en los campos de Aleixandre
        donde sembrará un día Luis Cernuda.
        Veo los trenes de Miguel Hernández,
        y me baño con las aguas de Neruda
        y entre todos, no encuentro nuca a nadie
        que acallen los gritos de mí alma, muda.

        Se confunde la quimera en mi boca.
        Soy aprendiz, apenas de trovero.
        Pero busco en Federico García Lorca
                        lo que hallé, de Alvaro Cunqueiro.
        Voy hallado con mis manos en dura roca
        para hallar el corazón de Blas de Otero.
 
                        Sabe Dios, sí éste silencio callado
        pudiera algún día ver la luz.
        No pretendo imitar a los Machado,
        ni tan siquiera,
        la sombra de Jorge Guillen,
        sólo deseo que en este mundo helado
        alguien me pudiera comprender. 

        Presiento que mis ojos están cerrados
        a la luz de un estío o amanecer,
        ya que no entro en los páramos vedados,
        de esas frutas que jamás podré comer.
        Su páginas me pasan de lado a lado
        el alma, corazón, pensamiento y piel.

        Con el llanto de la pluma voy cantando
        el amor y la amargura de la hiel
        y el aire de mi mano va ofrendando
        por aquellos que extendieron, ya la miel,
        en los campos donde yo me pierdo y ando,
        en la selva delirante del papel.

        Con el grito de mi alma retorcida
        voy llevando al cielo mi oración,
        por aquellos que legaron de su vida
        tanto fuego deleitoso de ilusión.
        Desde el mundo con mí alma dolorida
      les remito ¡un te quiero! de todo corazón.
                          *           

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