miércoles, 9 de enero de 2019

IIª Parte. INPERFECCIONES.

              

        Me duele el alma y el corazón
y hasta el más profundo aliento,
cuando en más de una ocasión
yo sé que soy débil viento
que quiere hacer de ilusión
con su pluma algún evento

   que llegue de la luz algún destello,
   más allá de las murallas del alma.
   Porque el amor, que aporto en todo ello,
   si fuese del fuego,
sería como una llama
capaz de arañarle al cielo,
con las uñas vehementes de mi alma.

   Las punzadas de los sables afilados
   al aullar como lobos más hambrientos.
   Aquellos de los pechos mal formados
   sin caudal en sus yertos pensamientos.
   Siembran con vientos desolados,
   maldiciones de tantos, vivos muertos.

     Buscan en lo infranqueable
     como clavar los aguijones
     de su codicia insaciable.
     Deshaciendo la pureza
     de aquellas flores más bellas
que crecen en la sombra del camino,
pero que mantienen nítido en un lego
el caudaloso manantial de la hermosura,
más allá de las mentiras verdaderas,
supuestamente fabricadas
con las zarpas de la envidia.

Aquellos corazones dominantes
que hacen navegar a las criaturas,
como meros y simple petulantes. 
A esos que derraman la dulzura
con los brazos repletos de bondad,
se les llaman fantoches de amargura
se les cuelga, el don de la maldad,
por el solo pecado de haber nacido
en el lado opuesto a la riqueza
de la codiciada materialidad
y la de fortuna material.   
  
    No es ninguna desgracia,
    siempre que se logre llevar
    a la grupa de las sombras
    de la esperanza y de la fe espiritual
    Allá hasta  las colinas blancas
    de los florecientes lagos
    con aguas transparentes
    que se bañan de la frente
de florales de colores y azucenas:
que iluminan las miradas
     pasivas en el azul fragante de las estrellas.
   
    Tras las pampas frondosas
    de los bienes materiales.
    Allí culmina toda ambición,
    como el agua de la lluvia
que irreversiblemente, se vierte ene mar.
Allí dónde las mayores carencias,
son las más bellas riquezas
que el poeta ha de esperar.

     No le temo a la pobreza
     que siembran los negros corazones,
     ni tampoco al estruendo estallido
     del polvo, hastío y sanguinario,
     ni al avaro que siempre tiene la razón
     y mucho menos al sectario
     que nada en la sinrazón.
     Sólo temo al peligroso enemigo.
Ese que mora dentro de mi corazón,
el que me niega a cada instante
el camino de la luz que llega al sol.

Ay, cuando bajen las ninfas del Averno
subyugando el abismo de truhanes,
me reclamará el yermo de lo eterno,
al que nunca supe darle nada
lo que se medió de bueno.
                     *

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