miércoles, 30 de octubre de 2013

EL TEMOR A QUEDAR CIEGO.

 

   No me dejes madre tierra
sin la luz de la mañana,
ni la estrella de la noche
que se dejan acariciar con la mirada
de este errante peregrino.

    ¡No me dejes! Madre bella
ser el árbol en el camino, caído
y sediento de la sombra de tu amparo,
cual golondrina sin nido.

    Déjame que me incline lentamente en el estío
y en el sendero turbulento de la noche
y con el paso de las aguas de tu río,
flotaré hasta el lecho soberano de tus brazos.

    Déjame madrecita ser del viento
    una hoja extendida en las llanuras
    que galopa a la grupa de tu aliento
    enredada con  las aves y mariposas.

    El día que no haga falta
para dormir un jergón,
ni del cielo alguna llama
del fuego que engendró Dios.
 
Ese día no habrá nadie
que no sepa hablar de amor.
Y a los ojos de mi cara
no le hará falta un favor,
de la clara luz bañada
con el resplandor del sol.
                   *

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