jueves, 6 de junio de 2013

SUEÑO Y MELANCOLIA.



          Para mí, no fue tristeza
 aquella melancolía
que resbala en las sombras del recuerdo.
No es nada más que un caballo de trapo:
pero que sin saber el por qué,
ni antes cuando era niño,
ni ahora en la vejez,
va cruzando en mis, facciones
y deformadas en el papel.

       Su cara era achatada y sus ojos
       dos cristales de un collar:
  eran de azul terciopelo y parecían mirar
  y en sus patas se enredaban en los recuerdos
  que ni sé, dónde se han dormido.

       De lo que sí estoy seguro,
  del rasgo de la narices deformada,
       la que siempre estaban rotas,
   ya que otros críos las pisaban.
  Y como siempre se ha dicho,
  “por los suelos aquél rodaba”.

     La forma y  nariz rasgada,
no la he podido olvidar,
de ella se veían las rajas;
mi madre muy paciente la cosía
con unos hilos de lana.

    Las patas de mi caballo
    no eran igual de largas.
    ¿Y sabe usted el por qué?
    Porque los niños al jugar
    de uno a otro lo pasaban
y las patas le arrancaban.
Por el suelo la arrastraban
y a mí me hacían llorar.

     Yo quería aquel caballo.
El que imaginé que gritaba
y entonces a mi corazón
el dolor lo traspasaba.
Aquel caballo mugriento,
pero de grande esplendor
en los propios sentimientos,
una joya de gran valor.

    Un día le fui a coger
    y mi caballo no estaba.
No supe en aquel momento
del truhán que me robaba
algo de mí, tan adentro,
sólo sé, que yo lloraba.

    Paso tiempo cual montañas
del camino al senectud
y nunca más supe de él.
A pesar de preguntar
a parientes y conocidos
si le habían visto pasar.
Él, se ocultó en el olvido
mi compañero animal.
                    
    Una mañana de invierno
que cabalgaba en la nieve
de un sueño sin despertar.
En la reyerta del sueño
lo encontré en un desván;
a mi caballo que estaba
en el quicio de un zaguán.

    Le abracé como a una estrella
henchido en felicidad
y entonces vi. que sus ojos
cansados ya de llorar
resurgían de los despojos
del baúl de aquel desván.
Desde entonces mi caballo
no deja de galopar
junto a los sueños alados,
en mi pecho de cristal.
               *

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