Cuando te miran los hombres
siento ganas de morder
a la luz de las estrellas
y romperles con los pies
los ojos como a una esponja,
para que nunca te vieran
con un mínimo de ropa.
Me gustaría romper los cristales
de la noche
y de beberme los suspiros
del rocío penetrable:
aunque aquellas gotas fuesen
más duras que los brillantes.
Me comería las montañas
hechas de fuego y metal
y después, ¡ay después!
me bebería los glaciales
si eso fuese suficiente,
para que nadie te hiera
con sus miradas ardientes.
Yo convertiría la tierra,
los luceros y los mares
en dos murallas de fuego:
semejantes a dos pilares,
donde los ojos del hombre
no puedan acariciarte,
ni siquiera con la luz
de los destellos del aíre
*
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