Un día me dijo un hombre
que no existía Dios,
y en sus brazos había un niño
que los ojos me clavó.
Cual destellos de cariño
me inundó y lo comprendí,
que aquel hombre estaba ciego
al no ver que entre sus
brazos,
llevaba un trozo del Cielo.
Sentí como un dulce amargor,
al comprobar que aquel hombre
besaba lo que negó,
ya que tenía en sus brazos
la viva imagen de Dios.
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