miércoles, 13 de marzo de 2013

ME REPITO UNA PREGUNTA.



           Me repito una pregunta
 que nunca sé contestar.
 Y hasta me hace temblar:
 cuando la escucho, me asusta.

          No sé si estoy vivo o muerto,
 ni siquiera lo que soy
 y menos a donde voy
 cual si fuese un falso viento.

          Es una pregunta inerme
 que devora mi interior
 sin compasión, ni pudor
 con las fauces de la muerte. 

           ¡Que nadie me compadezca
 cuando me vea llorar!
 Mi llanto es un cantar
 aunque tal no lo parezca.

          Yo les puedo responder
 a la pregunta que hago;
 sin dejar un negro amargo
 en las esquilas de su ser.

          –De este mundo no soy nada
que pueda ser positivo.
Tal vez la sombra de un vivo
en la noche derramada.

         Y en cambio escucho una voz
aunque no la he merecido
del Espíritu encendido
del Soplo que me da Dios.

         De ahí que yo esté contento
y no vuelva  a preguntar,
lo que no debí pensar
con mi oscuro pensamiento. 

         Siento tener que decir
que me atormenta la idea
de esa negra panacea
que no me deja vivir. 

          Pienso que aquello que toco
lo suelo echar a perder
y no puedo comprender
como doy a Dios, tampoco.

          De ahí que sea mi pregunta.
¿Para qué habré nacido
y por qué Dios me a elegido?
Es una idea que me asusta. 

         Contemplo mi promontorio
y tan sólo veo basura
que putrefacta satura
el blanqueado envoltorio. 

          Los ojos al Cielo levanto
implorando caridad,
ya que no hay en mí bondad
para aspirar a ser santo.

         Dios mío, Tú me llamaste
para arar en tu viñedo 
y al intentarlo es el miedo
el que me impide a Ti darte

          esos arrecifes de fuego
que en mi corazón engendraste.
Pienso ¿Qué puedo ofrendarte
si sólo soy, un simple lego? 
 
          ¡Fortunas no puedo darte!
Mi riqueza es el amor
que derramo sin pudor
en los hombres, por amarte.

          ¿Qué quieres de mí, Señor?
¿Para qué me has elegido?
Si mi ser, está divido
entre  el odio y el amor. 

          Por lo cual nunca he sabido
como pedirte perdón,
aunque bien sé que hay un don
que a mí ser le has concedido

         que es el mayor galardón
que jamás pude soñar,
el que un día al despertar
me sentí hijo de Dios. 

          Eso me llega a espantar.   
¿Cómo llevar la bandera
hasta el final de la Esfera    
sin llegarte avergonzar? 

Señor. Es muy alta dicha apuesta
para un ser desenterrando
que en las sombras del pasado
no quiso abrirte la puerta.

         Sólo me queda el consuelo
que siempre estará a mi lado,
la esperanza y el cuidado
que me llega desde el Cielo. 

        Ya no le temo a la espada
    que me clava el Averno,
    porque aunque sí, es cierto el Infierno,
        tengo de Dios la mirada.
        Por lo cual no temo a nada
        siempre que confíe en lo Eterno.
                   *

No hay comentarios: