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¡Qué
cosas siento, mi amor
cuando
miro tu retrato!
Fluye en mi
pecho arrebato
con un
trémulo dolor.
Eres igual
que una flor
que me
impregna de dulzura
y siento
sin amargura
la
distancia de tu voz,
porque tu
aura, es de Dios
y no está
en la sepultura.
Siento
el calor de tus brazos
y tus
caricias, mujer,
desde el
otro amanecer
donde no
existen ocasos.
Por favor
guía mis pasos
como lo
hicieras ayer
y entonces
yo podré ver
la luz de
tu cielo azul
y ya, el
peso de la cruz
a Dios le
puedo ofrecer.
Tú
regaste con los besos
y la
esencia de tu amor,
aquél
jardín de mi flor
donde
todos los embelesos
fueron de
mayores pesos
como no hubieron igual,
ni más
rubio algún panal
que diera
más dulce miel,
ni jamás
flor de ningún clavel
pudo
concebirlo igual
En el
delirio, de mi juego
que duerme
en la fantasía,
se salpican
de alegría.
Como un
huracán de fuego
lo intento
y nunca llego
al formar
de felonía
a mi
frágil hipocondría,
que
convierta la quimera
en verdad
que ya lo fuera
la negra
melancolía.
Miro al
cielo y las estrellas
y veo en
la osa mayor,
una luz
que el resplandor
es mayor
que todas ellas.
No sé
decir cual más bellas,
pero si sé
que mi amor
es mayor
que el resplandor
que pueda
verse en los cielos:
más que
estrellas y luceros
relumbran
dicho candor.
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