Para despertar la musa del poeta
no basta con el calor del estío,
ni la luz que derraman las estrellas
ni siquiera el encanto de la noche
cuando se inclina en brazos del silencio
o se esconde en las fauces de los besos,
sostenidos en danzarines de dos cuerpos,
ni en las flores silvestre de la muerte.
No bastaría para poderle despertar,
ni aún con el edén de la mansión del cielo,
arrodillada en las espadañas de sus pies.
Sólo se deja acariciar de la musa
cuando la daga del silencio se convierte
en esquila y estradivario de los hados
enjaulados en el estruendo de la mente
cual si fueran batallones de soldados
que desfilan con orgullo hacia la muerte.
*
No hay comentarios:
Publicar un comentario