La mirada perdida del silencio,
dejó en mi alma una huella
sin señal de haber pasado,
quedo en el pecho escondido
como espectro
lapidado.
Tan sólo he podido verle
al resoplar su estruendo
que levanta
polvaredas
dentro de mi
pensamiento
Cuántas veces me pregunto
¿De qué color es la sombra del
silencio
que navega en horizonte y en la
mente
abrazada a los dientes de la noche.
Y que no es, de otro día diferente?
El silencio es compañero del ocaso
y concubino del jinete de la
muerte.
¿De qué silencio
intento hablar?
¿De ese que
siente cada uno en su interior
cuando la mirada atropellada del
clamar,
va vagando en las cavernas de las
sombras
y hasta se sumerge en la fauces
del dolor,
como una espada de hielo,
que se clava con su daga
silenciosa,
y sin buscarle, te hiere su
explosión?
No tiene densidad, pero su peso
lo siente
con garras de la oscuridad.
Abres las manos para abrazar sus huellas
y sólo llegas a rozar su flaccidez,
incolora de una inicua silueta.
Apenas si deja un ápice del olvido
resbalar en dientes de soledad
y se acaricia con la mano que se
abre
sobre una fuente de alaridos,
casi siempre en los labios de una
madre.
Es lo más
semejante a la ausencia
de las auras que vagan en el
cosmos.
Pero por sus labios se dejan escapar
su inexistente alma sin presencia
y aún menos de un recuerdo, la
mitad.
A veces me alimento con la sabia de su sangre
en el espacio errante de una
agria soledad.
Oigo los gritos que salen del
silencio,
y estruendosos alaridos de lo que
es eternidad,
más allá de lo inexistente.
¿No se entiende el lenguaje del silencio,
ni siquiera de su estirpe, el
alarido?
Pero has de ir con su sombra como
amigo
ya que sin él, se siente uno
perdido,
cuando la noche niega hasta su
abrigo.
No comprendo a la sombra del silencio,
aunque es el refugio de mi alma y
corazón,
donde duerme placido el pensamiento
con la ayuda tal vez de una
oración,
acariciada por la brisa de algún
viento.
Ese es el silencio, amigo y compañero
de las sombras ardientes como fuego.
Él me acompaña como el alba, al
lucero,
y
al no quedar nada de él, me conduzco como un ciego
desesperado con el pecho que
cabalga
perdido en la inmensidad del juego
verdadero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario