miércoles, 2 de febrero de 2011

EL PUDOR, NO ME DEJA COFESAR.

Siempre el pudor, no me deja confesar
las oscuras estepas en el pecho
que vagan cuales hojas con el viento
y van extendidas en la corriente
al antojo de algún río del olvido.
Por lo que sé no lo voy a deslumbrar.
La vergüenza no me deja destapar
tantas cosas que olvidé
y se han que dado atrás.

Esas pequeñas cosas
que se van acumulando,
como el polvo transparente
en un cristal abandonado.
Y que las sumas de los años
las han combito en pedernales
que luego se han sepultado.

Es algo, tatuado en la mente
La que no está dispuesta a confesar,
pero los rasgos de la pluma
no lo ven, tan natural.

Esas herrumbres, podridas
que hasta hacen vomitar.
Forman parte de una vida
y hasta creo que es normal,
convertirla en corbadía.
¿No creen que al sacristán,
o la mujer puritana,
al pintor y al capataz,
al albañil y a la zorra
y a todos en general,
no creen que les ocurre igual?

¿Nunca miró a su vecina,
ni tiró una piedra al mar?
¿No fue al baño una mañana
y se puso a vomitar
cuando se untará las manos
por no saberse limpiar?
¿No recuerda aquel verano,
o día de Navidad
que algo que se comía
no lo llegó a pagar?.

¡Ya sé! que son tonterías
de un demente sin pudor.
Pero ya puestos, diría.
¿Usted en ninguna ocasión
no mintió cuando sabía
que era una mala acción
las flaquezas de sus labios,
de su mente y corazón?

¿No dijo que era blanco
lo que tenía otro color?
Pero usted se lo reserva
mientras lo confieso yo.
Este mundo es una selva
sin medida, ni control
"que el que más habla
más yerra"
Por eso sello los labios
y me guardo lo peor.
¿Que, qué es...?
Es muy fácil de saberlo
si se mira en su interior.

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