miércoles, 26 de enero de 2011

PUSE MI AFÁN EN BUSCAR.

Puse mi afán en buscar
una cruz que no pesara,
para poderla llevar
con la sonrisa en la cara:

Probé de muchos tamaños
que en tal busca pude hallar,
las que no me hacían daño,
no me dejaban ni andar.

Rogué al cielo de su ayuda
para cambiar la cruz,
y con su respuesta muda
creo que encontré la luz.

Dios me llevó a un almacén
donde había miles de cruces
y me dijo –Pruébate
aquella que más te guste.

Como un niño de dos años
empecé a jugar con ellas;
vi una que su tamaño
me pareció la más bella;

reducida y manejable
y apropiada a mi ambición.
Su peso, insoportable,
se clavó en mi corazón.

Al cogerla del estante,
pensé que sería ligera
a pesar de que era grande,
por su preciosa madera.

No me había equivocado,
fue tal cual lo imaginé.
Pero quedé desolado
al enredarse en mis pies.

Probé de miles de ellas
que al principio me gustaban,
y en cambio muchas de aquellas
en mi espalda no encajaban.

Al final de una jornada
hallé un prodigio de cruz;
¡sencilla y acomodada
como en la noche la luz!

Contento como un infante
a mi casa me marché,
y oí que decía alguien,
–Ya veo que la encontraste.

–¡Sí! Satisfecho contesté;
encontré la que buscaba
y nadie podrá entender
cómo la necesitaba...

–Hijo mío, está muy ciego,
no quisiera importunarte,
¿No has visto que con tu juego
cogiste la que dejaste?

La cruz que mando a los hombres,
siempre es la más coherente,
tanto al rico como a pobres,
aunque un tanto diferente.

De ahí que sea esa cruz
la que más dé tu medida;
la cual será como luz
para el resto de tu vida.

No veas en cruces ajenas
lo que en realidad no son;
todos arrastran sus penas
con dolor del corazón.

Si alguna vez que blanquea,
no pienses que es su color,
son cifrases y panacea
que el hombre le da al dolor,
para que nadie los vea
que las llevan con honor.

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