miércoles, 13 de octubre de 2010

CUANDO PERDURA EL SILENCIO.

Aquí perdura el silencio,
la quietud y la eterna paz.
Como se abrazan dos mundos
en un sueño sideral.
En cambio, ninguno de ellos
se vio la cara jamás.

Porque los separa un muro
más lúcido que el cristal.
Siendo la sombra del uno
la luz que al otro le dá,
apenas sí en un segundo
oscurecer o claridad.

Esa inmensa claridad
es una espada que clava
la noche y su oscuridad,
en lo profundo del alma
y no la puedo arrancar;
porque el alma es la hermana
del silencio intemporal
y penetra su estampido
donde no puedes llegar
a acariciar con tus manos,
lo que dá la libertad
a los seres más humanos.

Me va arañando un suspiro,
hijo de sombras lejanas
que anida como una alondra
en mis sienes blanqueadas.
Pero un recuerdo está vivo,
clavado en mis entrañas
y en el pecho dividido,
al recordar las mañanas
que como un pájaro herido
perdí la ilusión más sana
que jamás haya existido.

Diría, que es fruto de la locura
de la existente condenación de mi frente.
En cambio cuando despierto
son cual fantasmas vivientes
que en sus dientes ocultan las quimeras
que algún día yo, soñé
y a los sueños pregunté
a cada una de ellas:
–¿Por qué nombre las tendré que recordar?
No esperaba que nadie respondiera
y en verdad, no tenían el por qué.
Cuando de pronto la respuesta
de sus labios escuché:
–Soy la hija de tu fiera
que va rompiendo tu tez.

Tal vez que fuera una tarde,
una noche o madrugada.
No quiero saber, si fue un sueño
o de tus ojos, la mirada,
o el estampido de un beso
que aún me alienta y me abrasa
los labios y el corazón,
como si fuese una llama.

¿Sabes por qué lo recuerdo?
Porqué se quedó en mi alma
esculpida como estatua,
cómo una antorcha de fuego
que a veces siento que araña
los suspiros del aliento,
con las uñas de tus auras.
Porque sé que ella está viva,
como si fueses un hada
que ilumina mi camino
cada día y, en cada mañana.

–Hablamos. ¡Por qué hablas tú!
Sin mover los labios yo,
y tu entiendes lo que digo
con los ojos entornados
y la cabeza agachada,
sumergida en el vientre de la noche,
cómo una zarza enredada
en el fuego de mi boca;
enmudecida por las sombras
que hasta me privan del llanto
que se quedó tatuado
en los brazos del silencio,
y en los delirios de sueños
salpicados de estruendos
que moran en las vaguadas
del tiempo, casi olvidado.
Pero la furia de tu alma,
sigue al sueño encadenada,
como si fuese una espada
en ni pecho traspasada.

–Aún recuerdo las ruecas de tu lengua
al detonar en rejas de mi ventana,
como un suspiro que vuelve
de un establo de la nada.
También sé que están inerme,
las dalias, de aquella primavera,
que quedaron en mi pluma enganchada.

cual el olor de las flores
que de tu cáliz derramas,
tantos besos sin perderse
y apenas si quedan nada.

No hay nadie que las acalle,
ni siquiera el Firmamento.
No quiero ofender a nadie
pero tú, está en mi adentro
como si fueses el aire
que respiro del aliento.
El día que ese me falte,
será cuando ya este muerto;
ni así creo que habrá nadie
que borre tantos ercuerdos.

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