martes, 8 de junio de 2010

UN DÍA ME HICE A LA MAR...

Como errante peregrino
un día me hice a la mar.
Fui sin rumbo ni destino,
ni puerto donde atracar.

Me fui buscando la muerte
sin importarme el lugar.
No quería que la gente
me tuviese que llorar...

Me encontré una golondrina
que me dijo -¿A dónde vas?
–Busco en el mar alguna esquina
donde poder descansar.

Ella un tanto entristecida
me volvió a interrogar.
–¿La muerte es la salida
que te puede liberar?

¿O acaso no será el puente
por el que quieres huir
a esconder ante la gente
tu cobardía por vivir?

Dicha golondrina era
como luz en oscuridad
que impregnaba en mi quimera
un poco de claridad.

Se marchó sin escuchar
de mi hastía rebeldía,
las falacias que diría
en la soledad del mar.

–¿Tú piensas que es cobardía?
Eso es lo que dices tú.
Pues lo mío, es una cruz
que hasta el desamor me guía.

Por supuesto que esa cruz
que me ahoga cada día,
es la sombra de una luz
que me enreda en la agonía.

No hay despecho de mujer,
ni traición de algún amigo,
ni siquiera la vejez
que me arrastra cual mendigo.

Mi queja no es de la herida
que llevo en el corazón,
o el desprecio a la vida
que es mí gran tribulación.

Solamente hay una cosa
que va hundiendo mi castillo
y que a mi alma destroza
con sus zarpas cual martillo.

Fue el viento que apenas pasa
despertando en mi el amor
de la luz de la esperanza
que Pandora se guardó.

Por lo que temo el dormir
y no ver la luz del día.
Siento miedo de sufrir
si se pierde el alma mía.

Tengo miedo al sentir
el grito de las estrellas.
Tengo miedo a sucumbir
con fuego de rosas bellas.

Por si la luz se marchara
de la fe que a mí me guía
que me protege y me ampara
todas las horas del día

Por eso quiero morir
antes que la oscuridad,
pueda a mi alma impedir
gozar de la eternidad.

Y voy buscando en la mar
brisa para hacer un puente
que me pueda desplazar
en los brazos de la muerte,
a esa mansión o lagar
donde no llore la gente.

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