jueves, 3 de junio de 2010

"SE ME PERDIÓ MI CRISTO"

Yo tenía un crucifijo
y perdí el Cristo de Él.
Le adoraba como a un hijo,
de pena ¡cuánto lloré!

Lloraba por la amargura
que en mi carne yo sentía.
Yo sé que en dicha figura
no era Cristo al que perdía,

pero me dio confianza
cada vez que le pedía
un suspiro en lontananza
que siempre me concedía.

Me llenó de confianza
cuando mi alma vacía
flotaba en la distancia,
cautiva en melancolía.

Cuánto lloré, y lo sentí
al ver a mi cruz desnuda,
pero al final comprendí
que no perdía su mirada,

La ponía sobre mi cruz
como un antorcha de fuego
y en ella ponía la luz
para seguir con mi juego.

Mi cruz ya no estaba sola,
era espejo transparente.
Con marco, rojo, amapola
donde solía ver la gente.

Desde entonces fui poniendo
guirnalda de cara nuevas,
sobre aquella cruz desnuda
y las adornaba con perlas.

Sobre mi cruz desfilaban
las flores y las estrellas,
árboles y ríos, que hablaban
de las hipocondrías más bellas.

Fui dejando de llorar
porque en mi cruz estaba el hombre,
el viento y el alcatraz.
Estaba el rico y el pobre

y toda la humanidad,
la luna, la mar, el cielo,
y el espacio sideral
que iluminaba un lucero.

Mi cruz se quedó desnuda
cuando el cristo se perdió.
Pero en cambio ¿Cuánta duda
de mi alma se extinguió?

Voló como golondrinas
con las alas desplegadas.
En las fértiles colinas
mi alma quedó prendada.

Al ver que en los mismos clavos
que un día estuviera Dios,
allí habían rostros raros
con encantadora voz
que a mi pecho saturaron
con el más candente amor.

Entonces volví a llorar
sobre aquella cruz de acero,
lleno de felicidad,
por el amor al mundo entero.

Sobre aquella cruz de acero
dejé de poner pasión;
porque era el Dios, verdadero
quien seguía en mi corazón.

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