miércoles, 26 de mayo de 2010

NO SÉ AROJAR EL DESPRECIO

No sé, arrojar el desprecio con los labios,
ni escupir a las sierpes del pasado,
porque si lo supiera hacer,
juro que con mis esputos
lapidaría a los reyes, endiosados.
Aquellos que rompieron las murallas
de mis desérticos sueños
que aún me arañan el alma.

Yo sé que aquellas sombras murieron
y tan sólo sus cenizas perduran
en los escabrosos deshechos
de estrellas que no darán luz.

Como quisiera gritar y derramar
el veneno que engendraron los cañones
sobre mi pesada cruz acristalada,
aunque dura como el bronce.
Como a palomas blancas la inmolaron
con lo ira de los fusiles
los dioses verdes de la humanidad.
Aquellos que se apoyaron
en los ojos de la muerte
porque no sabían mirar,
ni saborear las mieles del panal
que en los rubios colmenares
que se podían deleitar y acariciar
como ángeles del cielo.

Me sepultaron en vida
cuando no sabía ni andar,
y aún sangra aquella herida
sin llegar a cicatrizar.

Dios sabe que he perdonado
lo que he tratado de disfrazar;
ese es mi mayor pecado
porque no sé, olvidar
el tronar de la metralla,
los refugios subterráneos,
ni la sangre de aquellas gentes
estampada en las paredes
como rosas desgranadas:
rojas igual que amapolas,
semejante a cataratas.

Fue el garfio de la muerte
el que se enredó en las alas
de los que nunca podrán volar,
ni saborear las aguas
de un postrero manantial
que aún creo que nos separa
de fingida realidad,
la que acaricia mi alma
cuando mira al más allá,
donde duermen golondrinas
acunadas en los brazos de la muerte
y que no pueden, ni gritar.


!Perdonar! ¡Claro que sí!
¿Pero se pueden olvidar
a los niños repelando cacerolas
de militares, sin saber lo que es el pan?
¿O la miendo aquellos huesos
y las mondas de patatas sin guisar?

¿Cómo podría olvidar
el silbido de las bombas
y el estruendo de los motores asesinos
de criaturas asustadas
que aún no sabían, ni andar?

Claro que pueden olvidar
aquellos que no han sufrido
en sus carnes las patadas,
del fuego, el hambre y el dolor,
por los cerdos “sin perdón”;
aquellos que nos legaron
derecho a no tener camas,
ni un plato aunque mal guisado
de bazofias para poder devorar,
para a callar los gritos del hambre.

¡Claro! que pueden olvidar
los que no han sentido los cuchillos
de las cucharas vacías sin usar,
ni el estampido de un mínimo abrazo
de juguetes de cartón descolorido
por las sombras de la vejez.
Sólo se nos regaló el silencio
del miedo a no llorar
y de los piojos navegando en la piel
desnutrida de los niños sin comer.

Sí, hambrientos de tantas cosas,
de escuelas para saber
que hora es cada día cuando
empieza amanecer.
Hambre y sed de las caricias de Dios
porque nada nos dijeron
donde mora el Creador,
sólo que estaba en el Cielo
y a nadie se le ocurrió
decir que Dios, estaba en el pecho
de cada seres de aquellos,
con caras ensangrentadas
porque dormían en el suelo,
como millones que vemos
donde no existe el petróleo
de este flamante universo...

Perdonar; ¡naturalmente
que están perdonados
sin rencor y con piedad!.
Por qué ¿quiénes fueron las fieras?
Yo no sé a donde están,
ni aún sé si he aprendido
cómo se debe olvidar.

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