Si te
explota el corazón
y sientes
gritar el alma,
no los
detengas, ¡por Dios!
que ese
fuego es una llama
que te
inunda el interior
de un
espíritu, cual flama
que el cielo
te regaló,
para que en
nadie su flama
muera sin
ver su calor
de la más
dulce esperanza
que jamás el
hombre inventar.
Yo bien se, que me da el cielo
cantidad que no merezco
de su espíritu
de fuego.
Y es que la
bondad de Dios,
no es comparable a ese don
que el
hombre promete luego
al que le
niega, el perdón.
Por eso no
quiero nada
que no me
llegue de Dios,
él manda cada mañana
y a la postura del Sol,
más de lo
que imaginara
a este
humilde pecador
que va danzando
sin alma.
Señor,
acepta esta oración,
no a cambio
de lo que pido,
si acaso por
la redención
de tanto que
te he ofendido.
Siempre
ignoré lo que hacía;
y culpé a la
maldición
que la mente
suponía
que me
llegaba de Vos.
Y la
realidad más fría
es que no
escuché Tu voz,
ni siquiera
en la poesía
que de tu
mano llegó
una noche o
en pleno día,
para inundar
mi en interior
del soplo
que Tu me envías
de un
radiante esplendor.
Lo mismo que
una bandera
de un
glorioso batallón,
he, de
enarbolar tu nombre,
sin dejar
ningún rincón
de este
confundido orbe
a donde no
llegue Tu amor
o que no lo
vea el hombre.
Por suponer
que no hay dios,
como yo,
cuando clavaba
espinas en
tu corazón,
ya fuese con
las palabras
o
produciendo el dolor
a los que en
verdad me amaban.
Por eso en
dicha explosión
que haz despertado a mi alma
me induce a
pedir perdón
y a empezar
cada mañana,
a cabalgar
sin temor,
en toda
puerta y ventana
de tu
inmensa creación.
*
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