domingo, 24 de mayo de 2020

EL CRISTAL DEL PECHO.

                  

        ¿Cómo se podría entrar
        en el interior del alma?
        ¿Quién es capaz de decir
        de que color es mi pecho,
        o la fuerza de las espadas
        que suele arañar la mente?
 
                                             –Quizá se puedan  a través
        con las lagunas de las lenguas,
        donde se llegue a obtener ese reflejo,
        del oscuro fuego que yace
        en las cumbres de los sueños
        que galopan haciendo ese
         sin pararse en la memoria.  

         O allá, muy lejos en los páramos
        de los enmohecidos  silencios;
        aunque el sonido de éstos,
        sea el divertido cosmopolita
        en lo carnavalesco de la mente
        que huele a putrefactos muladares.

        ¿Cuál es el color del sentido
        y la dimensión de la mente
        que anida en los almizcles
        y sin la fragancia del pecho?
        Tal vez que nadie se atreva a responder,
        ni acariciar la sombra de la pregunta
        porque yace sepultada en el abismo.

        ¿Adonde se  trasladan las huellas
        de la opaca luz que intuyo?
        Donde puede que more el claro día,
        porque la fuerza de los garañones
        de la noche, se han convertido
        en el estruendo de cañones.
 
                                             ¿Quién me podría decirme
        lo que pesa la sombra de una nada
        o el reflejo de las intenciones
        malévolas de la mente?
        Tal vez que en los brazos de la noche
        pueda salpicarme el agua de esa fuente.

         ¿Dónde se apoyan las palancas
        de las palabras coherentes?
        Sólo veo un vestigio de la luz
        a través de la sombra de los ojos.
        Es el único lugar donde pueden
        abrevar las esquilas del silencio.

         Allí, en los páramos dorados
        anidan los destellos de la mente;
        cuando se sienten los estallidos
        de las dudas, azotadas por el temor
        de los galeotes cansados de vivir,
        en una profunda reflexión
        que se arrastran con la sinrazón.

        Cuando afloran al exterior
        los danzarines de la soledad
        de una danza punzante de un adiós.
        Y entonces los aguijones del camino
        se duermen sin destellos de piedad,
        con el detonar de lágrimas de fuego.

        Donde bailan los macabros defectos
        alrededor de un reducido espacio
        de la mansión del alma o del pecho.
        Por donde se abre los trampolines
        de los mas bellos recuerdos
        que quedaron en las garras del pasado
        y escondidos en las sombras de algún miedo.

         El alma con los gritos del silencio
        se deja atrapar por las ventanas
        entreabierta, del arrepentimiento.
        Y con la ayuda del corazón herido
        se lanza a las catacumbas del desierto,
        del más agreste y deseado sueño.

        Escondido en el estanque de la sombra
        entre aquellos desconocidos harapos
        deteriorados con las dagas de palabras
        infranqueables de un villano, fematero
        que tropiezan con la luz, en lo brillante
        y que cabalga sin montura con el aire.
 
                                             Las palabras coherentes son apena
        adornos fugitivos de algo que nos llena.
        Que apenas si tiene donde apoyarse
        en la ventana de una supuesta verdad
        que se ha podido fabricar
        en los brazos de una desértica noche
        con las mentiras salpicadas de unas voces
        que se ha atrevido a fabricar
       cualquier, demente y soñador poeta.
                                *

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