Cada día que me despierto
y consigo dialogar,
con el viento, las palomas,
la luz y la oscuridad,
y el silencio de la noche
en el espacio sideral,
Me siento como una pluma
sin ninguna densidad,
que vuela entre las nubes,
Sumergido en los brazos
de Santa María del Mar.
Cada día que
sale el sol
y veo un nuevo anochecer
yo, le doy gracias a Dios,
ya que mañana no sé
si veré su resplandor.
Y entonces
veo que mi sombra
es la luz en la oscuridad,
donde tan sólo el Averno
consigue hacerme llorar,
cuando rasga el pensamiento
que empezó a hacerme soñar,
con la
maldad de los hombres.
Las lágrimas de los niños
que no saben qué es la paz,
ni la fuente del cariño
que unos “listos” sepultaron
antes de enseñarles andar:
son cenotafios sin nombres,
construidos sin bondad.
Y entonces
pregunto al cielo.
¿Porqué tuve que aprender
de que color era el fuego
o el agua que he de beber,
al dejar de ser un lego?
Dejadme
soñar despierto;
no
despertarme jamás
de aquella
noche que el ciego
se propuso
caminar,
si apenas si
sabía andar.
Quiero creer
que es del cielo
los regalos que me llegan,
llenos de amor y consuelo
y convirtiendo las quimeras
que nacieron con un sueño
en la verdad más sincera
que el hombre pudo soñar.
A veces
parecen ciertas
y no son tal en realidad.
Entonces llega el supuesto,
sí el sueño fue una verdad
o sí la verdad fue un cuento,
sin principio, ni final
que soñé estando despierto.
Tal vez que
fue en una noche
o en una tarde de verano,
cuando la sombra del viento
me acarició con sus manos.
Entonces me desperté
y vi que estaba llorando
al comprobar que soñé
recuerdos de una ilusión
que siempre estuvo dormido
dentro
de mi corazón.*
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