sábado, 28 de marzo de 2020

NO CREO QUE SE VANIDAD.


Sin duda que sé muy bien de la
opinión de detractores del siguiente
tema.
Dichas personas que no debo de
sensurar. Me sonríen al argumentar:
–esta semana santa os habéis
quedado si procesiones:
–No, no estáis en lo cierto, y sabéis
porque tal afirmación. Por la sencilla
razón que para mi es la más verídica
que vamos a conocer, si es que llegamos.
A caso os parecen pocos los cristos que                 
sean crucificado en estas inolvidables
fechas. ¿Puede ser el misterio de la pasión?
No, creo que no puede ser más real.  
Por lo que este año, lo anticipo en unas
cortas fechas, para publicar el reiterado
poema de cada semana Santa;  el que
deseo que llegue acompañado de mi más
sentido pésame a los familiares de esos
“cristo” que nos han dejado.
Del mismo modo, les mando un fuerte
abrazo a los entregados samaritanos
de todos los sanitarios, ¡que Dios os
vendiga¡…  
                 *

La Crucifixión de Cristo.
Quise abrir una ventana
de mi corazón dormido,
cuando pasaba el cortejo
de nuestro Señor herido.

Tuve miedo ¡Sabe Dios!
porque en aquellos sayones
que al Creador fustigaban,
también me encontraba yo.
Mi  brazo estaba escondido
en las sombras de la muerte,
cómo un lobo malparido.

Y es que me sentí uno más
en medio de aquella gente 
que gritaban con Caifás,
¡Crucifícale, crucifícale Pilato
ya que es un criminal!
Sentí vergüenza y espanto
cuando  en sus labios escuché
–"Padre mío, perdónales"
 
                 Ya no sentía dolor
es asco lo que me daba
cuando escuche aquella voz
que aun así me perdonaba
y hasta creo que me miró
con gran amor y bondad,
como siempre lo hace Dios,
la cual me hizo temblar.

Me fui detrás de la chusma
que seguía Al Redentor,
y apenas si encontré fuerzas
para pedirle perdón:
y es que el dolor y la vergüenza
no me dejaban ser yo.
De pronto fue la amargura
cuando de bruces cayó,
cual si fuese una criatura
de la tierra, en vez de Dios.

Llegamos al Gólgota
y en medio de aquellos gritos   
oí, a su Madre llorar.
Me sentí aún más maldito
al ver que no hacía nada,
para liberar a Cristo
de dicha masa malvada.

 
               Aún creo escuchar los martillo
               que los clavos golpeaban
y unos silenciosos gritos
cuando a Cristo desgarraban
la carne ensangrentada
de sus manos y los pies
y la herida del costado
cual un manantial de sangre
que nos hizo estremecer,
a todos y, a Nuestra  Madre.

Abrí aquella ventana
y ante ¡Dios me arrodillé!
Pedí que me perdonara
por haberle sido infiel
cuando me necesitaba,
a Jesús lo abandoné.
 
Aún voy manchando su cara,
porque jamás supe ver
las veces que me perdonó
lo que le ofendió mi ser.

Señor mío, ¿estaré ciego
o es que mi alma no ve
que camina hacia un fuego
a donde sólo tendrá sed?

                 No, no creo que sea ceguera,
más bien creo, que es el egoísmo 
de un ser que todo lo espera,
sin sembrar ni un solo trigo
en Tu benigna pradera.
 
                ¡Señor! El tesoro que poseo
que de tus manos heredé,
sé que es el mayor trofeo
que yo te puedo ofrecer;
limpio como un camafeo
para ponerlo a tus pies.

Aunque diga que no veo,
Tú sabes que sí, sé ver,
pero dejo que el deseo
se imponga a cualquier deber...

No hay comentarios: