Sin duda que
sé muy bien de la
opinión de detractores
del siguiente
tema.
Dichas
personas que no debo de
sensurar. Me
sonríen al argumentar:
–esta semana
santa os habéis
quedado si procesiones:
–No, no estáis
en lo cierto, y sabéis
porque tal
afirmación. Por la sencilla
razón que
para mi es la más verídica
que vamos a
conocer, si es que llegamos.
A caso os
parecen pocos los cristos que
sean crucificado
en estas inolvidables
fechas. ¿Puede
ser el misterio de la pasión?
No, creo que
no puede ser más real.
Por lo que
este año, lo anticipo en unas
cortas fechas,
para publicar el reiterado
poema de
cada semana Santa; el que
deseo que
llegue acompañado de mi más
sentido pésame
a los familiares de esos
“cristo” que
nos han dejado.
Del mismo
modo, les mando un fuerte
abrazo a los
entregados samaritanos
de todos los
sanitarios, ¡que Dios os
vendiga¡…
*
Quise abrir
una ventana
de mi
corazón dormido,
cuando
pasaba el cortejo
de nuestro
Señor herido.
Tuve miedo
¡Sabe Dios!
porque en
aquellos sayones
que al
Creador fustigaban,
también me
encontraba yo.
Mi brazo estaba escondido
en las
sombras de la muerte,
cómo un lobo
malparido.
Y es que me
sentí uno más
en medio de
aquella gente
que gritaban
con Caifás,
¡Crucifícale,
crucifícale Pilato
ya que es un
criminal!
Sentí
vergüenza y espanto
cuando en sus labios escuché
–"Padre
mío, perdónales"
es asco lo
que me daba
cuando
escuche aquella voz
que aun así
me perdonaba
y hasta creo
que me miró
con gran
amor y bondad,
como siempre
lo hace Dios,
la cual me
hizo temblar.
Me fui
detrás de la chusma
que seguía
Al Redentor,
y apenas si
encontré fuerzas
para pedirle
perdón:
y es que el
dolor y la vergüenza
no me
dejaban ser yo.
De pronto
fue la amargura
cuando de
bruces cayó,
cual si
fuese una criatura
de la tierra,
en vez de Dios.
Llegamos al Gólgota
y en medio
de aquellos gritos
oí, a su
Madre llorar.
Me sentí aún
más maldito
al ver que
no hacía nada,
para liberar
a Cristo
de dicha
masa malvada.
que los clavos golpeaban
y unos
silenciosos gritos
cuando a
Cristo desgarraban
la carne
ensangrentada
de sus manos
y los pies
y la herida
del costado
cual un manantial
de sangre
que nos hizo
estremecer,
a todos y, a
Nuestra Madre.
Abrí aquella
ventana
y ante ¡Dios
me arrodillé!
Pedí que me
perdonara
por haberle
sido infiel
cuando me
necesitaba,
a Jesús lo
abandoné.
Aún voy
manchando su cara,
porque jamás
supe ver
las veces
que me perdonó
lo que le
ofendió mi ser.
Señor mío,
¿estaré ciego
o es que mi
alma no ve
que camina
hacia un fuego
a donde sólo
tendrá sed?
No, no creo que sea ceguera,
más bien
creo, que es el egoísmo
de un ser
que todo lo espera,
sin sembrar
ni un solo trigo
en Tu
benigna pradera.
que de tus
manos heredé,
sé que es el
mayor trofeo
que yo te
puedo ofrecer;
limpio como
un camafeo
para ponerlo
a tus pies.
Aunque diga
que no veo,
Tú sabes que
sí, sé ver,
pero dejo
que el deseo
se imponga a
cualquier deber...
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