jueves, 23 de enero de 2020

EL AMOR DUERME EN EL ALMA.

                       

        NO PRETENDO IMITAR AL VIENTO.    
                    *
       No pretendo imitar al viento,
        ni siquiera a la luz del alba.
        Pero me gustaría seguir los pasos
        de poetas y sus hazañas.
 
       Y acariciar su nieve blanca
        enredada entre nubes de palabras,
        como palomas cansadas
        y emitar el silencio de su hermosura.

        Y escuchar el grito del ruiseñor
        en los prados y montañas.
       Grito mágico del viento que, ya flotan
        acariciado por las manos
        de los páramos rojos de amapolas;
        cuando llega el amazónico follaje del estío
        o el estruendo salado de la olas.

        Cuando la mirada del viento va besando,
        todas las esquilas de las rosas,
        y se deja ver el beso de la madre
        al despertar de tantas flores durmientes
        más allá de las ensenadas del alba.
 
        No puede comprender mi mente,
        cómo unas manos tan agrestes
        pueden cincelar las esfinges del viento
        y acariciar la bruma de los mares,
        con el estridente aullido del corazón
        cuando abraza las estrellas,
        con la mirada del sueño
        despiertos, y arrancados del amor.

        Cómo pudo haber nacido
        de una agreste piedra enegrecida
        tanto esplendor y hermosura
        y ser testigo de la noche
        enamorada de si misma.
        De la brisa del alba y hasta del viento
        cosmopolita en el plenilunio.

        Fue una noche repleta de suspiros;
        ahogándome  en el polvo del camino.
        Sobre mis manos, una estatua tallada       
        y deshecha por el paso de los tiempos
        que hasta el arrogante Febo la pisaba.

        ¡Hay viento de alba¡ y de estío sin palabras,
        cómo me gustaría abrazarte con el alma
        sin la tibia garra errante del deshielo,
        y entrar en aquellos corazones, ya deshechos.
        Los mezclaría en las fibras de mi carne,
        aunque que siguiesen heladme hasta el pecho.
 
        Sería el mayor calor que alentarán los suspiro,
        ese que me hirió con el polvo de camino
        y que pisaron los pies de las estrellas.
        Esas que un día fuero las sonrisas de labios

        Dejadme navegar con ellas
        y seguir sus pasos con el viento,
        que arrulla los cipreses del silencio,
        en las entrañas de un frío amanecer.

        Y después, dormir, dormir en él, desierto
        junto a las nubes de las estrellas blancas,
        que aún anidan en este corazón roto,
        aunque sostenido por los brazos invisibles
        y con el fragor de las más tiernas miradas
        de aquellas que se separaron de mí
        aunque sé, que  no se fueron para siempre,
        ya que un algo, invisible, me dice, no dejes soñar.                          
                                 *

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