Yo
soñé que me encontraba
en
un lúcido lugar
y
sin saber que pasaba,
de
amargor empece a llorar.
Sentí
un intenso dolor
que
el corazón me arañaba
y
el alma sin compasión.
Cerca
de mí habían dos velas
de
las que sentí el calor
y
a mis pies una escalera
que
en su sima estaba Dios.
No
sé explicar la quimera
que
me inundo de pavor,
fue
peor que una ceguera.
Yo
diría que fue un sueño
que
el cielo me regaló,
como
cuando era pequeño
que
mi madre, me compró
unos
cigarros de juego
y
bien sé que me engañó,
ya
que de niño era lego.
El sueño fue más profundo
de
los que jamás soñé.
Yo
creo que en un segundo
hasta otra esfera llegué.
Aquello
era otro mundo,
todo
de flores y miel,
allí
no habían nauseabundos.
Me
encontré en dichos confines
un
salón que proyectaban
lo
mismo que en nuestros cines.
La
película que pasaban
hizo
a mi cuerpo temblar,
ya
que en esta vi mi cara
jugando
como zagal.
Me vi cuando era zagal
que
en las terreras corría.
Me
vi luego trabajar
en
oscuras galerías
donde
corté mineral,
¡Que
Dios sabe a dónde iría!
Tal
vez para hacer el mal.
Me
vi cortando una flor
que
a mi Lola le ofrecía.
La
besé con tanto amor
que
el calor que despedía,
eterno
se conservó
más
allá de nuestras vidas
sin
mermas en su calor.
Grité,
y nadie me respondió,
entonces
vi a mis hijos
junto
a mí en el comedor;
casi
brinqué de alegría
del
gozo que me inundó
toda
la chavalería,
yo
agudice más la vos,
pero
a mi nadie me oía.
Vi
unas nubes temblorosas
que
me impedían mirar
las
más bellas y suntuosas
maravillas
de mi hogar.
Vi
cocinar a mi esposa,
uno
y otro cual manjar.
Vi
mis ojos desgarrados
como
hojas de papel
cuando
besaba los labios,
sin
vida de mi mujer.
sentí
sangrar mi costado
con
punzadas de la hiel.
Fue
un llanto desmesurado
que
cual fuego derramé
de
mi pecho traspasado,
sangre,
retamar y hiel
cuando
vi desconsolado
que
aquello no era el ayer,
sino
un final del pasado
que
se enredaba en mi ser.
Al
terminar el télefil,
se
iluminaron las sombras
de
aquel sueño que viví
y
ya completa la obra,
sentí
deseos de escribir
los errores de mi sombra.
Hasta
aquí no había entendido
porque
soñaba despierto;
fue
en el último latido
que
precedió al estar muerto,
donde
me hallé sumergido
en
las fauces de un desierto,
para
mí, incomprendido.
Las
flores de las coronas,
cual
montañas de amapolas,
de
nardos, mirtos y rosas,
fueron
como una escalera
que
me llevó hasta mi esposa,
la
que me estaba esperando
con
un ramo de magnolias
de
tulipanes y mimosas.
No
me quedó duda alguna
que aquel sueño no soñé.
Fue
tan sólo una laguna
en
la mente de mi ser
que
cabalgó hasta la suma
de
lo que dejé de hacer.
Vi
que estaba equivocado
cuando
mi esposa se fue:
ella
se quedo a mi lado
cómo
una estatua en mi ser.
Desde
entonces yo la siento
acariciar mi interior,
de
tal modo que hay momentos
que
no sé si es ella o yo,
la
que derrama los versos
como
pétalos de flor,
lanzados
a los cuatro vientos
con
la sonrisa de Dios
*
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