lunes, 4 de marzo de 2019

CUANDO LAS FAUCES DE LA NOCHE.


        
          “Espero que alguien me entienda”
                              *
         Las fauces de la noche se detienen
         en los umbrales del viento oest
         y bajo las sombras del rocío;
         es cuando mi pecho fértil se convierte
         en almizclero de la polen y el estío.
         Y al compás de estampidos de cañones
         se retuercen las sombras de la muerte,
         como cascos de salvajes garañones        
         que galopan en las fauces de la mente.

         En el frío silencioso de la noche
         el que se descuelga en el dormido recordar;
         espinas de tantos sueños lejanos
         que pasaron sin poderles ni tocar.
         Pero un día bien sé, que si anidaron
         en las aguas transparentes de la mar.
         En los mares y el cielo de mi pecho
         azotado por el viento más agreste
         del silencio que se inclina hasta  soñar.

         Pero la noche, ay. la noche
         se convierte en caminos del errante
         y en las cumbres del cansado peregrino
         el que  bebe de algún  hielo, ya lejano
         de las aguas y espejismos del camino,
         donde existe una muralla de arduo frío
         que araña el silencio de la noche
         ¿Por qué me acaricia el dolor aquél, Dios mío?

         Ni una sola mano del viento Abrego
         se digna acallar el grito del silencio,
         cuando de mi alma se desprende fuego
         de un  parto de la trémula agonía.
         Ni un sólo destello viene desde el cielo
         que pueda iluminarme el nuevo día.
         Y la noche interminable, ¡sí penetra!
         con sus garfios afilados en la carne.
             
         Me duermo con la nana de un hipogrifo
         que se adentra en el lecho de la mente.
         Y las aguas cristalinas de algún río,
         se derrama en delirios de la frente.
         Entonces las espadas de la noche
         me traspasan con sus  dientes de serpiente,
         hambrienta y bañada con el fuego del Averno,
         donde danzan los bufones de la muerte.
                     
                         Sólo las caricias de una alondra,
         me libran de esa espina verde y roja
         e ilumina las penumbras de la sombra.
         Es cuando en las aristas de la noche
         germinan los tambores de mis empeño,
         sin oscuridad de mares, ni corales
         y al despertar de ese retorcido sueño,
         el crepúsculo se deja acariciar.
         Por las manos blancas de mi alma;
         trasladando las tinieblas del abismo
         más allá del profundo inexistente.

        Antes de que el Febo empiece a cabalgar
         a la grupa de las radiantes mañanas,
         me interno en los muros del espejo
         donde el frío me lleva hacia  la calle.
         Allí se deja mimar de la mirada
         de un piropo fundido entre los labios
         que descuelga en el espacio comprimido,
         de la musa dormida en los brazos de una rosa
         que con el donaire, fragante de su piel       
         y con los destellos semejantes de mujer.

         Con las fibras doradas de este juego
         voy bordando el amor y naturaleza
         y mi pluma candentes por el fuego,
         para que tú y yo formemos un castillo,
          en la mansión de las estrellas.

         Con flores y en el silencio de quimeras,
         con el nácar y los tambores blancos
         engendrado en las sombras de la luna,
         donde quedan sólo huellas de las nubes,
         mezcladas con liras y estradivario
         cómplices de dulces melancolías,
         batidas por el viento del rocío.
         Hasta que la noche se ahuyenta
         a los lejanas fauces del Olimpo
         y en cuya mansión, soy condenad
         a pernoctar en cautividad,
         tras las murallas que nunca se engendraron...
                       *

       

No hay comentarios: