No
busquen en mi interior
la
espinas de salobre;
si no
piensa hablar con Dios.
Ese Dios
que se hizo pobre
y con su
sangre lavó;
pecados
de todo hombre.
Por qué
queramos o no,
en todo
ellos está Dios.
Si
miramos las estrellas,
en sus
destellos estás Dios.
Si
contemplamos los mares,
veremos
su corazón.
Si
respiramos el aire
de las
flores, allí está Dios.
Si
miramos con dulzura
el
entorno que pisamos,
no
quedará una criatura
que en
su pecho, no esté Dios.
Si
impregnamos la amargura
con una
porción de miel,
oiremos,
que dice Dios:
–Nunca
te abandonaré,
porque
tú eres una flor
que con
mi sangre regué.
"Señor,
hijo de David"
Yo sé
que tú esperas algo:
algo
concreto de mí,
y yo
ciego, sin embargo,
no sé
que quiere decir
a mi
pluma, a grandes rasgos.
Tu voz
percibo en mis manos
y no sé
como escribir
aquello
que está anidado
en el
interior de mí,
antes
que fuera creado
la nada
que, creo que fui.
Tu voz
percibo sin tino
y Tego
los ojos cerrados.
¿Cuándo
encontraré el camino
que me
lleve hasta algún lado?
¿Será de
flores o espinos,
zarzales
o bellos prados?
¿Será de
mares o estrellas
o de
desvalidos hermanos
qué
esperan que me decida
a que
les extienda mis manos?
Lo qué
me hayas deparado
ponlo
dentro de mi pluma,
que yo
con amor y agrado
lo
extenderé a tus criaturas,
como
flor de tu legado.
Si por
ventura no llego
a lo que
creo ir buscando;
¡No
importa! Porque en el cielo,
sé que
podré terminar
lo que
empezó el hombre lego,
y que no
lo supo expresar.
*
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