jueves, 30 de marzo de 2017

OTRO DEZGARRÓN DE CRUZ.

                  
 
Yo también estaba allí, Señor,
cuando te crucificaron,
y aunque sí, me arrepentí;
poco  hice por salvaros.
Vos, tuvisteis que morir,
para librar del pecado
el hombre viejo que hay en mí,
que tanto mal te ha causado.
 
Señor, ¿Cómo poder redimir
tanto mal como te he hecho?
Siento en mis labios afluir
el amor que hay en tu pecho,
el que entregaste por mí.
Y aún no sé con que derecho
puedo preguntarte a Ti,
con desvergüenza  y despecho,
¿Por qué quisiste sufrir?
 
¡No me preguntes Señor,
porqué entro en las cloacas
que me corrompen el interior!
No, no me pregunte Señor,
Porqué le grité a Pilato,
–¡Crucifícalo! Crucifícalo...
 
Aún se estremecen mis labios,
mi alma y mi corazón
al recordar la agonía
de tu subida al Calvario.
¡Dios mío cuánto dolor!
Nunca he podido olvidarlo
y menos porque fui yo,
uno más que hacia el Cadalso
te llevó a crucificar.
 
Tu cargaste con las culpas
sin darles una explicación
al total de aquella chusma
carente de compasión.
De Dios, que se entregaba
a la suprema pasión;
y después nos perdonaba
con su plegaria, El Creador,
para que nos perdonara
como Él nos perdonó.
 
Tu Madre, allí traspasada,
alma y pecho con dolor.
Con filo de siete espadas
que el profeta profirió.
La sangre que derramaba
era el Cordero de Dios.
Se rompió su alma en dos
al ver como desangraba
el hijo que ella parió...
 
Pasó el tiempo de agonía
que soportó el Redentor,
y bien sé que fue alegría
lo que mi alma sintió
con la luz del nuevo día.
 
Se cumplió la profecía
y Jesús resucitó.
Entonces el hombre decía 
como siempre digo yo,
–Que aquél era el Mesías.
Por lo cual te voy gritando
–Señor mío, tu perdón.
Perdón de aquellos pecados
que de un principio heredó
como yo, tanto malvado
que sólo recurre a Vos,
cuando se siente agobiado.
¡Y yo! Ay yo, soy un vivo sepultado
desde antes de nacer,
porque mi mente ha pecado,
una y una y otra vez,
de un modo desmesurado.
Dios mío ¿Qué puedo hacer
para redimir el pecado?
Y llegar a comprender
que sólo con tu legado
podría empezar a ver
los sustentos que he buscado?
Yo no tengo más fortuna
que la que de Ti, he heredé;
cuidada desde la cuna
por la que me dio su ser.
Ambas las pongo en tus manos,
con amor y el mayor celo
que pueda haber en cristianos
que quieren llegar al cielo.
    Señor,
te ofrendo dichos legados
inclinado y, reverente.
Yo te he hecho tanto daño
que ni el "agua de tu fuente"
podrá borrar de mis labios 
los gritos que con Caifás
iban pidiendo tu muerte.                           
                  *

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