Pueden
decir de mí, necedades.
Que
es turbia mi alma,
el
corazón y mi pluma.
Pueden
ponerme de rodillas
ante
los TRIBUNALES,
o
de las Reales ACADEMIAS
y
hasta reírse de mi humilde cuna.
Pueden
decir que fui un don nadie,
maltrecho,
ahogado en mis penas.
Pero
una cosa no podrá quitarme,
el
amor sangrante de mis venas.
Ni
decir que no fuera ecuánime
al
formar los eslabones de esta cadena.
Pueden
sentir tedio del fondo de mis temas
por
el oropel turbio de su color.
Pero
que nadie diga que mis poemas
no
son hijos de la luz y del amor,
porque
estarían pronunciando una blasfemia
Sería
como el decir que no existe la luz del Sol.
Dejadme
que pinte con mis sueños la hermosura
del
aliento, de la luz y el respirar.
Dejadme
llegar con mi locura
a
lo más profundo que esconde el ancho Mar.
Para
sacar a la luz la noche oscura
del
letargo en que crece el coral.
Decir
si queréis que fui del viento
una
sombra sin apenas nitidez.
Decir
si queréis que me ahogaba sin aliento
con
mi pluma, apenas sin caudal.
Pero
no toquéis por favor mi pensamiento,
dejadle
que descanse en su yerta oscuridad.
No
negarle la fragancia del amor,
al
que puso el cariño y la dulzura,
porque
levantaría de mis auras el fragor
desde
el más allá, gritaría en la sepultura.
No
quiero saber si fui una falsa flor
que
envolvió la soledad en su locura.
Yo
siempre traté que mi dolor
no
fuera contagiado a las criaturas.
*
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