jueves, 7 de enero de 2016

A UNA ESFIGE QUE NO MUERE. .



No sólo me sentí herido
cuando me asaltó una sombra
de los recuerdos vividos.
Fue mucho más la zozobra
la que me dejó partido
el pecho y hasta el corazón.
 
Fue un alarido de muerte
el que llegué recibir,
cuando me arañó la frente;
lo que se podría decir
con vocablo contundente
el gran trance que viví.
          
Como impactos de una loza
que me traspasó hasta el alma,
cuondo vi que era mi esposa
que con dulzor me llamaba.

y con un ramo de rosas
me daba la bienvenida
en el umbral de la fosa
done termina la vida;

allí quedaron los sueños
partidos en dos mitad
de recuerdos y aledaños
de la gran posteridad,
que sin duda son los pasos
que me quedan por andar.
              *

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