Se abrazaba con sus garfios
a las estelas de mi alma.
Aquello más que la ira del Averno,
era la venganza de un fantasma
que sin ojos me miraba con desprecio,
y sin labios me llamaba fematero,
que sin manos me arrancaba las
entrañas,
y que su fuego me quemaba el
pensamiento
en las penumbras de la noche
me arrancó la lucidez del corazón.
Y a
la aurora del destierro
yo le pude preguntar aquella
noche.
–¿De dónde vienen esas sombras
grises
Que me abaten las telarañas del
pecho,
cuya esfinge, no tiene rostro,
ni manos, orejas, ni nariz,
solamente los destellos amarillos
de luz que iluminan en los
desiertos?
que sé adentra en los negros farallones
de raíces abominables del olvido,
y que derrama la sangre de mi alma.
Le clava las aristas de sus fauces
en el centro de ese grito que me llama,
con la sombra de un fantasma sin oídos?
Si son los azotes de falsos dioses
no me harán estremecer,
ni aunque todos los glaciales
se deshagan a la vez
y se unieran a los mares.
No me podrán someter
ni aunque todos los dioses
de ese sueños
se arrodillaran a mis pies
y esparcieran las cenizas
de mis huesos, el alma será de Él,
porque Dios, le dá a la mente
la dulzura de la miel
y mis manos son el puente,
que trasladan estos sueños al
papel.
*
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