Una niña me
miró
y a la cual
correspondí.
Su mirada era
de amor,
por lo qué
la comprendí.
Tres años tal
vez tendría
pero me hizo
escribir
lo que en sus
ojos leía.
Nos miramos
tiernamente,
donde surgió
una expresión
que los labios
de la mente
nos comunicó a
los dos,
un te quiero
reverente
que en mi alma
se clavó,
como una daga
o un diente
que me arañó
el corazón
cual puñal más
trasparente.
Lo que llegó a
ser mayor
que el pasado,
el futuro
y el presente.
Sí, conjugamos el amor
que puede
haber en la gente
que nos da un
día su adiós,
veríamos que
es la fuente
de aquel
legado de Dios...
Mi mayor
felicidad,
es cuando leo
en los ojos
de los niños
la verdad.
Ellos me
hablan de cosas
que nadie
podría explicar,
El idioma de
esas rosas.
creo que lo
sé descifrar.
Tan sólo quien
sea niño
llegará hasta ser
capaz
de interpretar
el cariño
que ellos
suelen derramar;
cual cataratas
de luz
que pueden
iluminar
mucho más que
el cielo azul.
Los niños son manantiales
de arco iris
de amor.
Sus dulzuras
son glaciales
como el
volumen del Sol.
Quiero llorar
como un niño,
cantar, correr
y reír.
Quiero jugar
con las cosas
que al hombre,
hacen sufrir.
Por que los
niños son rosas
que se suelen
marchitar
cuando el
mundo las deshoja.
Entonces queda
de ellos
lo que se podría llamar,
las llamaradas de fuego
que le inculcamos del mal,
lo que lamentamos luego.
¿Sabe usted con lo que sueño?
Sueño con no despertar
de ese lugar que los hombres,
se amen todos por igual.
Con amor inmensurable,
como Dios quiere que sea.
Y que se inunde el corazón
de tanta felicidad.
Cuando el hombre ame al hombre
de ese modo singular.
No habrá fronteras de odio,
ni destellos de maldad,
será realidad mi sueño
porque reinara la paz
*
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