Cuando mi pluma se llena de la estepa
del silencio cautivo en
soledad
y se duerme en los brazos
del rocío.
Presiento lo que busca sin
hallar,
ni siquiera el fanal de una
estrella
que pueda a mi tinta
derramar.
Que vengan del cielo querubines
a mostrarme el almizcles
del saber,
los luceros, los lirios y
los jazmines,
engalanados con la miel de
un panal.
Y si acaso me negarán el
deseo
que se junte el cielo con
la mar.
Que desciendan los cielos a condenarme
si estuviera mi pluma sin
caudal.
Reírse si queréis, pero
dejadme
que me adentre en las
almenas del coral,
donde pastan las musas de los
sueños,
encadenadas a los pechos de
un jaguar.
Esa
fiera es la espada de un suspiro
condenado a buscar en aquel
lugar,
donde viven las flores y
los trinos,
amamantados con la espina
de un rosal.
Una espina en una herida
sin curar
y ahogada por la sed en el
camino
el que no sé que me queda
por andar.
Frío sendero de espinas luminosas
de un estío objetante sin
llorar
que culmina con su alma las
estrofas
poco antes de dormir en el
yazca.
Condenarlas si queréis
aquellas cosas
que no fueran consabidas
por amar.
Respetar por favor, las más
hermosas
que es posible que sean
para agradar
No
pretendo semejar a las palomas,
ni siquiera convertirme en
gavilán.
Sólo quiero esparcir algo
de aroma
que perfume al jaguar y al
cormorán
y sobre todo, dejar que
salga el agua
que el cielo me entregó del
más allá.
Cuya
pluma que dormía en el silencio,
permitirle que revele su
caudal.
Lúbricas sombra que en el
tiempo
arrastraron a mis manos
sin piedad
a los confines desiertos
donde creo que encontré la claridad
*
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