Quisiera tener la boca
más grande
y más amplia que el
corazón
y una fe que fuese semejante
al Sol.
Pronunciaría con los
labios del alma,
el amor que me dio Dios:
los que recibo de ti,
Padre,
sin merecer tal favor.
Por lo cual yo no maldigo
las guadañas que segaron
la mies que creció
conmigo,
con cizañas y desamparo.
Hoy camino cual mendigo
buscando lo que robaron
del interior de mi pecho
lo que sé que me legaron
las estrellas de mi sino
que desde el Cielo
llegaron
para allanarme el camino.
No sé que clases de
amigos
en mi senda se cruzaron
para sepultarme vivo.
Sólo sé que me
enterraron.
Cuando la luz ya sea
opaca
y se pierda los destellos
de mis ojos.
Cuando el tiempo tibio de
la noche
se sumerja en sonrisa de
la distancia:
será el bramido del
viento
el que retorne llamaradas
sin nombre
del fuego que dejé
inerme,
erguido como una estatua
en las sombras del
silencio
que cual gaviotas
graznará,
al que no quiso escuchar
lo que mi pluma chillaba.
Allí estarán escondidas
como nubes de palomas,
en una tumba enjaulada:
con rosas de
invernaderos;
cuando en realidad eran
niñas
que sólo pedían agua,
para mojarse los labios
y sus fauces quebrantadas
de llorar como unas
ninfas.
antes de ser sepultados,
los destellos de mi pluma.
Ahora sí que gritan
fuerte
cómo estruendos del
magma.
Qué lastima de aquel
fuego
que murió sin dar calor
al que más
necesitaba
una sonrisa del viento,
para derramar las llamas
del amor que llevó
dentro.
Hoy tan sólo
tendréis hambre
porque quedaron tatuadas
una nostalgia sin nombre,
sin poder recuperarlas.
Ya no se puede enmendar
ni tan siquiera una coma
del ayer,
aunque los hombres
nacieran
dos, o por tercera o
cuanta vez...
El Sol ya no existe para
mí,
ni la luna, ni el fragor
de las estrellas,
ni la sonrisa del mar.
Tan sólo dejo los suspiros
esculpidos
entre las hojas del papel
y en los brazos del
silencio.
El que seguirá
acariciando mis cenizas
con un beso de las
sombras,
arrancadas del un olvido sin
respuesta.
*
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