Me gustaría construir
una muralla de espejos
que llegara al más allá,
donde pondría una bandera
sin lágrimas de las guerras
y que todo fuese paz.
Allí mezclaría las fieras
con toda clase de animal,
donde hombres y lobos durmieran
en un lecho de cristal.
Donde alma y pensamiento
se pudieran contemplar
abrazados por los vientos,
y poderles apaciguar
a los hombres el sentimiento.
Y cuando ya construido
ese jardín de belleza.
Estés despierto o dormido
no le temería a las fieras,
ni a tal hombre malparido
que un día engendró en la tierra
chupa sangre empedernido.
Porque si tuvieran madre,
tal vez fue una maldición
o un error el engéndrales
en más de una ocasión:
seguro que dicha madre
que algún día se preguntó
¿qué fue lo que hice peor,
parirle o en engendrarle?
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