Siempre he temido a la noche
que no
pueda despertar,
como
tanbien al dolor, al viento
que
transforma la dulzura
en
agreste retamar.
Temo al
negro pensamiento,
al
hombre y la sepultura.
Pero lo
que más me espanta
son las
espadas de fuego
que con
sus lenguas traspasan
hasta
los pechos de aceros.
Son las
fauces del resumen
de los
que no damos nada,
a
aquéllos que se consumen
por
falta de una mirada,
qué no
saben que nos unen
con las alma olvidadas
que se
revuelcan en el hambre,
y no
solamente del pan:
de
valores y manantiales
que
existe en cantidad
en esos frágiles
pedernales,
saturados
de bondad.
Y a los
que están en el poder,
a ellos
mando estos gritos:
si es
que pueden entender
el
porque se inmoló Cristo,
no
solamente por la débiles greys
sino
también por los listo
que se
esconden en el saber.
*
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