jueves, 29 de septiembre de 2011

NADIE ME CONOCIA...

No existe mayor dolor,
ni más cruel desengaño
que en tu propia población,
te miren como a un extraño.

Yo no desprecio la muerte,
ni el infierno, ni la cruz.
Yo solo temo a la gente
que manchan el cielo azul.

Porque no es mi mala suerte
la que me da esta agonía.
Es tan solo y simplemente
el amor a la poesía.

Por lo cual no soy el dueño,
ni de la noches o los días.
e inclusive hasta mi sueño
lo convierte en agonías.

Parece una maldición
que en el vientre de mi madre
se clavó en mi corazón
como espinas del baladre.

Me siento como un extraño
en mi propia población;
donde tanto desengaño
van mermando una ilusión.


Y esa espada va rasgando
mi alma y mi corazón,
al que va descuartizando
sin mostrarme una razón.

¿Es qué nadie me conocía
en el lugar que nacía?
Fue tan triste la agonía
que al hombre no comprendí.

Si nadie me conocía.
¿Por qué me sentí morir
cuando la luz me impedía
a los míos distinguir?

Al hombre no comprendía
en el filo de la tarde.
Y entonces pense en mi madre
si también me aborrecía.

No me debió de parir,
ni darme nombre siquiera,
ya que no sé distinguir
la verdad de una quimera.

La luna no me alumbraba,
el sol, me negó el calor
y mi estrella me negaba
su obligado resplandor.

Busqué en la brisa del viento
en las algas y el coral,
a Dios, con el pensamiento
creo, que se negó a escuchar,

y sentí que Él, repetía,
que era escoria del desierto.
Tampoco me conocía:
me sentí mil veces muerto.

Pense, ¿Estaré durmiendo?
Y me quise despertar.
Por lo que fui descubriendo
yo semejé a un muladar.

Realidad despavorida;
Tanto, que llegué a llorar
Porque esa cruz de mi vida
era igual que un retamar.

Las miradas de la gente
parecían ascuas de fuego
que me abrasaban la mente
y a mi corazón de lego.

Sentí asco de mí ser
y la luz que viera un día
mi primer amanecer,
del que yo me arrepentía.

Que el hombre me despreciaba,
en sus ojos pude ver.
La mayoría me negaba
el derecho a ser un ser.

Esa flor que le dio vida
al fondo de mi interior,
llegó a ser incomprendida
y se secó de dolor.

Y nadie me conocía
cuando siempre estuve yo,
esclavo de la poesía
que derramé con amor.

¡Maldecir! No voy hacerlo
porque no es de educación.
Pero mirarles con genio,
eso sí, que lo hago yo,
a los que niegan mis sueños
de mi propia población.
*

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