lunes, 21 de marzo de 2011

YO SUPONGO LA PINTURA...

La sonrisa de un reflejo
del entorno de una imagen
que extendida ya en el aire,
traspasa las esquilas de un ayer.
Acariciando su mirada inerme
lo fastuoso de un pincel amigo.

Deslizado entre la mano diestra
que ponen sobre el espejo
la sombra viva de lo que fue,
la luz andante de un cristal.
De una pagina del tiempo ya leída
y trasladada, al lienzo su fanal.

Pero la poesía es la sangre
que late en el interior,
permanente en una sombra tatuada
que se deja acariciar como una flor,
con el estruendo sonoro del silencio
y de la corriente viva e interna
que le arranca alaridos al corazón
y a la luz sedienta de su alma,
cubierta por la sombra del pasado.

Es Cuando el poeta, se extiende
más allá de las manos del pintor.
El que ha convertido las cenizas de un sueño
en líneas armónicas de belleza,
arrancadas de lo más intimo del fantasma
y las catapultas de las miradas del tiempo,
como la grama que trepa esparcida,
y que germina, en la mansión de los dioses,
los que dieron la luz al viento
de la mente, manos y corazón
del alma, del artesano.
Y entonces el marco encasillado
por los rasgos culturales,
se mantiene vivo en las miradas,
de la fragancia y el estío del cristal.

Y esa sabía acompañada del pincel
hace un paralelismo errante,
un cruce de estelas luminosas
que dejan a la imagen salpicada,
como un rayo bañado en la brisa del rocío:
como el vapor que se desprende
de un burbujeaste y candente fuego,
que vuelve a resucitar
por la voz, de un sabio lego.

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