miércoles, 16 de febrero de 2011

QUÉ VERGÜENZA MADREMÍA...

Creí morir de vergüenza
cuando destapé aquel saco,
lleno de esputos y olor
que me produjo hasta asco.

Allí se hallaba la suma
de mis deshechos andrajos
y hoy quisiera con la pluma
arrancármelo de cuajo.

Lo primero que encontré
en putrefactos, pedazos,
fueron obras sin hacer
escondidas en otros brazos.

Después saqué los abrojos
de palabras penetrantes
que hacían daño en los ojos
de tantas hieles apestantes.

Detrás saqué varias rastras
de semillas deplorables
que sus apestadas sonrisas
llegaron a traspasarme,

porque nunca, yo pensé
que hubiera tanta basura
enredada en mi piel;
cuando comprobé las sierpes,
de dolor me arrodille.
Me arrodillé y lloré y lloré.

Lloré porque el propio aire
que a los pulmones llegaba,
sabía a herrumbre apestada
el oro, que yo creía tener.

Sólo halle unas zapatillas,
una aguja y un quinqué
y algunas sombras de brisa
que apenas si las mire,

a la suma de pertrechos
que en el tiempo acumulé.
Por eso aquella mañana
¡Cómo un lobo desperté!

Cuando escuché las campanas
que decían. Duérmete y ven
y no busque más en las ventanas
esa luz que, ya se fue.

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