viernes, 21 de mayo de 2010

PERDIDO EN LAS TINIEBLAS.

EL SUEÑO DEL POETA.
*
Para despertar la musa del poeta
no basta con el calor del estío,
ni la luz que derraman las estrellas,
ni siquiera el encanto de la noche
cuando se inclina en brazos del silencio,
escondido en las fauces de los besos
y sostenidos en danzarines de dos cuerpos,
ni en las flores silvestre de la muerte.

No bastaría para poderle despertar,
ni aún con el edén de la mansión del cielo,
arrodillado en las espadañas de sus pies.
Sólo se deja acariciar la musa
cuando la daga del silencio se convierte
en esquila o estradivario de los hados,
enjaulados en el estruendo de la mente
cual si fuesen batallones de soldado
que desfilan con orgullo hacia algún frente.
*

PERDIDO EN LAS TINIEBLAS.
*
Al borde del abismo en el vacío
es como el péndulo de una campana,
Así se hallaba la sombra de mi alma.
El frío de la noche me atraía
al espacio de un hierro sin memoria,
ni sentido de razón alguna.

Herido en la sombra que traspasa hasta la carne
con la espada del tibio fuego de una flor.
Pero mi alma se encabrita
porque no quiere morir en el hastío,
mudo de la yedra que, trepa a la muralla
de los ojos malheridos del ocaso.

Flota mi alma al filo del abismo
y el secreto se empaña con el dulce,
amargo de un vino dorado como el oro.
A lo lejos un ápice de cordura
deja salir a través de un espejo
el rocío que vierte tal locura.

Se desliza, como una llama de fuego,
como una muerte blanca sin suspiro.
¿De que muerte me hablas compañero,
de la muerte del yazca que corrompe
lo que pisa de aquello más sincero?
¿O de la muerte que al nacer
se extiende en las sombras del abismo,
en cada instante de cualquier amanecer?

De cada momento o minuto que respiras,
¿esa muerte que consume hasta el frágil tejido.
La angustiosa muerte de cada suspiro,
de cada momento de agonía
que se adentra como yedra en el camino
de cada minuto, de cada hora o día?

Esa es, la muerte que se fabrica
con las espadas de la sinrazón
del corazones contritos y sin alma.
Encallecidas por las manos del silencio
o por los surcos del frío de la frente
o del aíre caduco en las blancas sienes.

La que vas arrastrando sobre la llagada
frente, en los surcos de las murallas
de unos ojos sin lágrimas.
Esa es la muerte más agónica
que sin verle la sostiene en la espalda,
como el reflujo del aire que respiras.

Por eso cuando veo en la distancia
la tenue llama de tus ojos,
es cuando mejor comprendo la voz
de tu mirada enternecida como abrojos.
Esa voz que me grita sin palabras,
traspasando el corazón y el alma,

con las punzadas de un aire hiriente
que se deja internar como una rueca
en lo más intimo de la frente
donde mis auras quedan inermes,
con sus alas ahuecadas por la muerte
que a cada instante, repite tu nombre.

Como si yo tuviese prisa
para hallar ese fatídico fuego
que en las esquilas del abismo penden,
como el simple sonido del perfume
de una amarga flor silvestre,
de una paloma sin alas,
o el llameante estío del otoño
sin el verde, amarillo y sin fragancia.

Una mano necesito compañera.
Solamente una mano sin sonrojos
y que me lleve hacia el espejo
donde vea tus labios ojos.
Lo que me sería más que suficiente
para nadar en las aguas dulces
de tus mares, transparentes.

Con una mirada de tus ojos encantados
y una mano de tu piel celeste,
me sentiría el mejor dotado
para combatir a la silenciosa, muerte.
Pero a la muerte se enreda en cada paso
de un modo sigiloso e indiferente.

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