Cuántas veces llamo al cielo
y no escucho su respuesta.
Me ahogo en el desconsuelo
al no encontrar esa puerta
que vería cualquier ciego.
Porque Dios la tiene abierta
y hasta se siente su apego
en el alma del poeta.
Tú viniste a salvarme
y diste la vida por mí.
¿Y yo qué hago Dios mío
que pueda agradarte a ti?
Nada, reverente Pastor
que no sea ir derramando,
mis putrefactas basuras
ante tus brazos de amor.
¡Cuánta falta de cariño!,
de omisión y de pavor y, hasta de fe.
Me comporto como un niño
que aún no aprendido a comer.
Dios mío, déjame pedirte algo
que aun no sé, si es coherente,
porque en mi lengua hay tal fango
que hasta me salpica la mente.
Te pido con humildad
que pongas tus Sacras Manos
entre mi piel y Satanás;
porque me va desgarrando
de la
manera infernal,
hasta cuando estoy rezando.
Estoy cansado, Dios mío
de recibir arañazos
de ese ángel "malparió".
Cansado de ver pedazos
de
mí cuerpo, yerto y frío
con los que él, va jugando
cual si fuera un desafío
a tu Majestad, Dios mío.
Conmigo se va ensañado
al pintarme de colores
los más desértico prado
con inexistentes flores;
él sabe que son de agrado
para la fiera escondida
que llevo siempre a mi lado,
Estoy cansada de luchar
con dicha fiera, mí espada.
Ella bien sabe atacar
cuando está más descuidada
o cuando gozo de la paz
tus palabras callada.
Cuando digo estar cansado,
no me refiero a vivir,
porque Tu, Señor me has dado
una fuente que sin ti,
me ahogaría desolado
si no pudiera escribir.
Pero sí que estoy cansado
de recibir del Averno,
arañazos y bocados.
Se empeña en hacerme ver
de que no existe tu Reino.
Dios mío, esa vestía es tan cruel
que no ve que su veneno
no me puede convencer.
¡Por qué si no está lo Eterno!
¿Cuál, es entonces su papel
con sus putrefactos cuernos?.
*
No hay comentarios:
Publicar un comentario