Me gustaría alcanza
el más absoluto perdón.
Llegaría hacer, mi paz
y toda, la fragancia de amor.
¿Por qué se paró el reloj
cuándo apenas empezó andar?
Veo del Febo el resplandor
y la misma hora da.
Se
ha parado la tierra,
y no anda la humanidad.
Se
partió el eje del orbe
¿Quien lo podrá reparar?
Los montes están varado
en las arenas del mar
Las aguas se están quemando
y el viento ¿A dónde está?
El garfio punzante
de la Luna clara
y el sol brillante
se esconde tras de su cara.
Las nubes en batallones
desfilan como guerreros
y el iris sin escaleras
va a pernoctar en los cielos;
cabalgando sin espuelas
a la grupa de luceros.
Se asfixia el agua del mar
y el glaucos se deteriora
en la gran profundidad
y las aves todas lloran
por no encontrar densidad,
ni el color de la amapola.
Las sombras galopan como un felino,
clavando los dientes afilados de su
boca,
en las garras hundidas del camino
que retuercen a las yedras en la
roca.
La
luna se abraza al sol
como el rocío en la noche
en el cáliz de la flor
y no encuentra en ningún sitio
un ápice de calor;
porque se ha secado el viento
y ya no andaba el reloj,
ni se movía la tierra
ni el coral tenia color.
Todos
gritamos a Dios,
para que el orbe volviera
a girar alrededor
de la suntuosa esfera,
y que volviera el reloj
a
la fértil paramera
aunque acuestas del dolor
que antes de pararse tuviera.
Y
entonces, Dios nos plantó
sobre la faz de la tierra
un pedazo de su amor,
con semilla nueva y bella
y al hombre le coronó
con poder sobre las fieras.
Crecieron
sueños en ellas
e ilusión en el corazón.
Crecían cosas tan bellas
que el hombre le dijo a Dios.
–Déjame mirar aquella
que un día quemó el reloj.
Volvieron
las golondrinas,
la luna y la luz del sol.
Volvieron cosas tan finas
que al hombre se le olvidó
cuando un día en una esquina
se le paraba el reloj.
¡Claro,
qué se le olvidó
el color de la escalera
que le llevaría hasta Dios!
Y reincidió en la primera
cuando tuvo la ocasión.
Creció
cizañas en aquellas
la envidia y la sinrazón.
Sin ver que habían estrell
de fragante luz y calor,
y mucho más, allá de ellas
él no vio que estaba Dios,
en un jardín de doncellas
que un día ya fueron flor.
Hoy le contemplamos a ellas,
lo mismo que el labrador
plantaría la semilla
con el fuego de su amor.
Por
ser hombre, sufro y lloro.
al hacer con la razón
"Otro becerro de oro"
dentro de mi corazón...
*